Una efeméride irrepetible
La inauguración del Nuevo Estadio José Zorrilla, de la que se cumplen hoy 40 años, avivó la ilusión recobrada en los años 80 por el Real Valladolid y levantó ciertos recelos por el adiós a la antigua ubicación
Aquel soleado pero frío 20 de febrero de 1982 Mariano sabía que no iba a ser un día más. Le costó conciliar el sueño la noche anterior pensando en lo que iba a vivir apenas veinte horas después, un acontecimiento histórico, una efeméride irrepetible, vinculado con uno de los grandes amores de su vida, el Real Valladolid.
Un amor adolescente -acababa de cumplir 14 años-, con esa intensidad que caracteriza al querer en la época en la que los niños y niñas comienzan su transición hacia la edad adulta. Una pasión, no obstante, bien arraigada en los goles de Rusky, en el liderazgo de Pepe Moré, la agilidad con el balón de Jorge Alonso, o el halo de Gilberto, aquellos futbolistas que bajo su mirada parecían gigantes, ídolos en un templo blanquivioleta que cada quince días le regalaba momentos únicos.
Un templo, eso sí, que se quedaba obsoleto. En ruinas, como llegó a calificar el por entonces alcalde de la ciudad. Inapropiado para un equipo que había vuelto a la élite tras el ascenso de la temporada 1979-80 y que se preparaba, sin que Mariano ni nadie lo supiese aún, para vivir una de las mejores etapas de su historia. Un estadio viejo, inaugurado en 1940; céntrico, en el Paseo de Zorrilla que le dio el nombre, donde llegaban los días de partido riadas de personas caminando entre las cuales el joven vallisoletano se sentía pequeño pero orgulloso de formar parte de aquella gran familia que a principios de la década de los 80 recobraba la ilusión por el fútbol.
Para él, que recitaba de memoria las alineaciones de su equipo desde los siete años, el fútbol era blanco y violeta. Su pasión se centraba en el Real Valladolid, auténtica devoción que compartía con su amigo Constancio, compañeros de clase en el Seminario y ambos poseedores de una ilusión desmedida que ellos creían ser capaces de contagiar a las cerca de 22.000 personas que cabían en el viejo Zorrilla. Quizá por eso, cuando en los periódicos del 18 de julio de 1979 se publicó que Pucela sería una de las sedes del Mundial 1982 -junto a otras 13 ciudades-, los dos muchachos tampoco se entusiasmaron en exceso: su mirada estaba puesta en septiembre, cuando por primera vez en su vida iban a ver a su amor jugando contra los mejores en la máxima categoría.
Aprovechar la oportunidad
La noticia fue acogida de manera diferente en dos despachos. Uno, el del Ayuntamiento de Valladolid, con el socialista Tomás Rodríguez Bolaños al mando. El otro, el de las oficinas del Club, al que en esa temporada 1979-80 había llegado Gonzalo Alonso y donde ya estaba Ramón Martínez Gómez como gerente. Hoy queda el recuerdo de los dos primeros, fallecidos en 2018 y 2020 respectivamente, y sobre todo su legado: aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid para dar impulso a esa renovada ilusión por el fútbol con un nuevo estadio blanquivioleta.
Con un presupuesto inicial de 480 millones de pesetas, que finalmente fue de en torno a 700, el 4 de noviembre de 1980 comenzó el movimiento de tierras en el nuevo emplazamiento, cuya elección generó no pocos recelos entre la parroquia pucelana. Y es que se iba a pasar del corazón de la ciudad a las afueras, al otro lado del río, en el límite de un barrio de Parquesol aún desconocido para los ciudadanos, con el cerro de la Gallinera sobre el que se asienta completamente desnudo. Las únicas construcciones cercanas eran unas pocas granjas de aves y un hipermercado; nada que ver con la que hasta entonces era su ubicación, tan cerca del Lucense desde donde ya llegaba antes del partido ese olor que Mariano tenía, y tiene, tan grabado en su memoria, el de coñac y faria.
Hay varias versiones que cuentan que se valoraron varias opciones para la ubicación de lo que sería el Nuevo Estadio José Zorrilla. Se apunta a que el proyecto inicial estaba previsto levantarse en Laguna de Duero, también a que el emplazamiento estaba casi decidido en los terrenos de Granja Terra en Renedo, y el propio Bolaños apuntó que se valoró la parcela que hoy ocupan los campos de Pepe Rojo, de propiedad municipal y prevista para instalaciones deportivas. La certeza es que finalmente se optó por los terrenos del Pago de la Barquilla, cedidos por la Diputación provincial al Ayuntamiento de Valladolid, en lo que también se vio como una oportunidad para hacer más atractivo lo que iba a ser el nuevo barrio.
Un año de obras
Lo cierto es que en cuanto el balón comenzó a rodar en la temporada 1980-81 Mariano se olvidó del nuevo estadio para centrarse en la pelota. Abonado a su Real Valladolid desde que tenía uso de razón aunque sus padres, en respuesta a su desbordante pasión, le insistían una y otra vez eso de "déjate de tanto fútbol, que no te va a dar de comer", incluso en un estadio a oscuras el joven habría disfrutado de la luz que proyectaba la Primera División, esas camisetas, esos jugadores que Constancio y él conocían al detalle.
Entre otros, la llegada de un extravagante portero que venía a Valladolid con la vitola de goleador, un argentino, Fenoy, que encajó a la perfección en el esquema del entrenador Paquito y potenció a un equipo que tenía también a Antonio Santos, Gail y al muy querido José Calzado Ferrer, conocido como Pepín. Así que mientras que el Real Valladolid vencía en casa al Valencia, al Betis y al Salamanca, o conseguía empatar con todopoderosos como el Barça, el Athletic o el a la postre campeón de liga Real Sociedad, a dos kilómetros y medio la maquinaría continuaba los trabajos del nuevo hogar blanquivioleta.
Un año duraron los trabajos principales para erigir el nuevo complejo deportivo sobre una superficie de 25 hectáreas, cinco de las cuales para el edificio en sí, con un terreno de juego de 105 por 68 metros, una iluminación renovada con cuatro torres de 30 metros de alto, y capacidad para 32.000 espectadores. Se debatió mucho entre los aficionados sobre la configuración del mismo ya que el aforo quedaba distribuido de tal forma que 18.500 personas podían sentarse (11.000 de ellas bajo techo) y 13.500 estarían de pie. Además, el estadio iba a quedar abierto por los fondos, lejos de la ambición de poder disponer de un hogar cerrado.
En cualquier caso, un estadio nuevo, moderno y más cómodo para los aficionados, que iban a disponer de más comodidades y, entre otras, ya no tendrían que transitar el enorme andamio que daba acceso a la grada supletoria por encima del fondo norte. Sí seguirían pendientes del marcador simultáneo DARDO, habitual en la época, hasta que en 1987 se instaló el primer vídeomarcador.
En julio de 1981 la FIFA visitó las obras del Nuevo Estadio José Zorrilla y el 28 de noviembre de ese mismo año se realizó la presentación a los medios informativos donde se explicaron los trabajos que supusieron 13.000 metros cúbicos de hormigón, 700.000 kilos de acero, y la instalación de una cubierta de 5.600 metros cuadrados. El 5 de febrero de 1982 la empresa constructora Laing, encargada de la obra, entregó al Ayuntamiento la versión final. El feudo blanquivioleta estaba preparado.
Una fiesta inolvidable
El 7 de febrero de 1982 la nostalgia se apoderó de los miles de aficionados del Real Valladolid. Aquel domingo se jugó el último partido en el viejo estadio y, aunque acabó con triunfo 2-0 ante el Osasuna, Mariano no pudo evitar volver a casa con melancolía. A sus 14 años, cumplidos a principios de enero, sentía que una parte de sí mismo quedaba en ese hormigón. La alegría de la victoria lograda con los tantos de Alí Navarro y Gail no podía competir, mientras dejaba atrás las puertas de la que había sido su casa durante casi una década, con la sensación de pérdida que albergaba en su corazón.
Esa sentimiento perduró durante años pero se fue transformando en recuerdos bonitos. Cuando paseaba con Constancio por el Paseo Zorrilla y ambos contemplaban aquel estadio vacío juntos repasaban anécdotas y volvían, de alguna manera, a los partidos que seguían tan vivos en su memoria. Por eso, para ellos, el año de su mayoría de edad, 1986, quedó en cierta forma empañado por la demolición de su pasado.
Si el domingo de partido había sido raro, el lunes ya comenzó a palparse una nueva ilusión. Con la inquietud del niño que espera la llegada de los Reyes Magos, Mariano se mostró especialmente inquieto, nervioso y activo la semana previa a ese 20 de febrero marcado en rojo en el calendario que sus padres tenían en la cocina.
Y el día llegó.
Y había tanta gente que enseguida el recuerdo del viejo Zorrilla se le quedó pequeño.
Porque ese 20 de febrero de 1982 pasó a ser, desde que puso el primer pie fuera de la cama por la mañana, un día que jamás iba a olvidar. Su amor estrenaba casa y él iba a estar allí. No en su ubicación de la Preferencia A, que después de 40 años sigue manteniendo en la renombrada Grada Oeste, ya que había tanta gente que cuando quiso ocupar su sitio este ya estaba habitado por un señor que fumaba su faria. Quizá por eso, por ese aroma que aunque no le resultaba agradable sí le recordaba tardes gloriosas de fútbol, hizo una concesión por un día y se quedó en las escaleras, junto a su primo y a su amigo Constancio, a presenciar el partido.
Pero la fiesta comenzó mucho antes del pitido inicial. El recuerdo de Mariano es el de ríos de gente que subió andando hasta Parquesol. Un ambiente de día grande por la increíble expectación que el nuevo templo había desatado en una afición revitalizada por el rendimiento deportivo y por los avances de su Club.
El partido comenzó ya de noche. Antes, contaba Matías Prats padre en la retransmisión televisiva, intervinieron "con enorme perfección" grupos folclóricos venidos de varias provincias de la región. También Candeal participó en la fiesta, junto con la banda de música del regimiento de San Quintín y la Coral Vallisoletana, que interpretó el Himno a Castilla antes de hacer el pasillo a los jugadores de ambos equipos.
Bien abrigado -no en vano días antes el entrenador Paquito había alertado del frío que hacía en la nueva ubicación, mucho antes de que se otorgara de manera oficiosa el apelativo 'de la pulmonía' tras aquella final de Copa del Rey del 13 de abril del 82- Mariano no llegó a presenciar el espectáculo previo ya que junto a sus acompañantes comenzaron una tradición que se perpetuaría a lo largo de los años, la de la apurar en los aledaños del Estadio compartiendo tiempo y cervezas con otros aficionados. También aquel día ya que aunque el Nuevo José Zorrilla estuviera en un descampado en medio de la nada sí se sentía la vibración de los miles de aficionados repletos de ilusión que accedían a las gradas embelesados.
Al trío de amigos solo los sacó de su ensoñación el final de los fuegos artificiales que se lanzaron sobre el Zorrilla en los instantes previos al inicio del choque. Ahí, como el repique de campanas que llaman a arrebato, esa explosión de la pólvora les hizo acceder apresuradamente al recinto a presenciar la que sería una victoria de los suyos.
Un gol que pasó a la historia
Desde la escalera de preferencia A se veía un Nuevo Estadio José Zorrilla hasta la bandera. Casi literalmente, porque incluso en los muros de los fondos había gente subida para presenciar el partido que nadie se quería perder. Se llegó a decir que había ese sábado 44.000 espectadores, muy por encima de la capacidad que Mariano había escuchado por la radio días antes, no recorada si 32 o 33 mil personas. El caso es que mirases donde mirases había gente. Y el foco de todos ellos, también el de las cámaras de televisión que esa jornada se trasladaron a Valladolid para retransmitir para toda España (lo que supuso 25 millones de pesetas más en las arcas del Club ya que en aquel entonces se pagaban los derechos al equipo local), estaba puesto en los 22 protagonistas sobre el césped, los jugadores blanquivioletas y los del Athletic Club de Bilbao que iban a dirimir la jornada 25 en Primera División.
Aún hoy, en 2022, es capaz de recitar sin titubeos la alineación del Real Valladolid en esa fría noche mágica: Fenoy, Pastor, Santos, Gilberto, Richard, Pepín, Gaíl, Moré, Minguela, Joaquín y Alí Navarro. Los tenía grabados a fuego en la memoria, como también tenía el gol que pasó a la historia por ser el primero allí. Podía cerrar los ojos y trasladarse, como si lo acabase de vivir, a aquel momento en el que Alí Navarro combinó para Joaquín, este para Jorge por banda izquierda, ya en campo contrario, y cómo el equipo logró llevar con maestría la pelota hacia la derecha donde el argentino Navarro, paradójicamente, paró el tiempo con su velocidad.
Todo Zorrilla quedó congelado, y no por el frío. Suspense, algo iba a pasar. ¿Podía ser esa la jugada que se llevaba esperando más de 80 minutos? Alí Navarro se deshizo de su defensor para meterse en el área, donde dos rivales más intentaron salir a su paso. Pero el futbolista, que afrontaba su primer curso como jugador pucelano, había visto antes que nadie el movimiento de Jorge Alonso. Un pase raso al punto de penalti desencadenó el éxtasis. Aunque lo niegue, quienes estaban alrededor saben que Mariano comenzó a celebrar en cuanto se dio cuenta que la pelota llegaba al '14', uno de sus ídolos. Confíaba tanto en él que no le hizo falta ni mirar para saber que esa pelota acabaría en el fondo de la red que defendía el joven Andoni Zubizarreta, quien esa temporada se había consolidado como portero del conjunto vasco y del que se hablaban maravillas.
Él no fue consciente pero su grito de gol fue uno de los primeros que se escuchó en el Estadio aquella noche de sábado. Solo por segundos, porque en cuanto Jorge golpeó el balón con el exterior de su zurda a contrapie del arquero esas miles de almas que dieron vida al hormigón y al acero del Nuevo Zorrilla acompañaron con su euforia al adolescente para celebrar la primera diana de una nueva era y, además, dos puntos que acercaban al Pucela a la permanencia.
Mirada al futuro
El camino de vuelta a casa no lo hizo andando. Tampoco su amigo Constancio. El primo jura y perjura que ambos adolescentes flotaban. Y no miente. Fueron tantas las emociones acumuladas, tanta alegría desbordada, que los dos compañeros de clase iban varios centímetros sobre el suelo de aquel descampado que hoy es una populosa zona de una Valladolid moderna que mira al futuro, como también lo hace el Nuevo Estadio José Zorrilla.
Han pasado cuatro décadas de aquel partido y el aspecto que luce el templo blanquivioleta es muy distinto. Cada vomitorio posee hoy historias que contar, cada butaca alberga anécdotas y es difícil encontrar a algún vallisoletano o vallisoletana que no se haya relacionado de alguna forma con el feudo castellano ya que, además de los deportistas, por allí han pasado artistas de talla internacional como Michael Jackson, Bruce Springsteen o Depeche Mode, Julio Iglesias, o decenas de cantantes y grupos en el marco del Valladolid Latino (Amaral, Andrés Calamaro, La Oreja de Van Gogh, Chayanne, Alejandro Sanz, El Canto del Loco, Nek y un largo etcétera de voces muy conocidas).
Zorrilla fue el escenario de la anécdota del jeque kuwaití durante el Mundial de 1982, tan presente en el imaginario colectivo. Es, a día de hoy, el Estadio donde se ha logrado el gol más rápido de LaLiga, el que fabricaron Víctor y Llorente. La casa de todos los pucelanos que lleva grabado el nombre del ilustre dramaturgo vallisoletano del siglo XIX y que ha rendido homenaje a otro, Miguel Delibes, quien estuvo presente aquel 20 de febrero como el hincha que fue.
40 años que han transformado aquel proyecto original hasta convertirlo en lo que es hoy. En 1985 se cerró el fondo norte y se acercó a la imagen que muchos aficionados anhelaban. En 1988 se crearon los campos Anexos y en 1994 se pusieron paneles en el fondo sur para atenuar la entrada de viento, una idea que se completó en 1996 con la tribuna B y la grada norte. Ese mismo año se instaló el nuevo vídeo marcador que sustituyó al de 1987 y se dotó de asientos a todo el Estadio. Y en 1999 se dio un paso para dejar atrás el apelativo de la pulmonía con la instalación de un novedoso sistema de calefacción en la tribuna principal.
Más actual es otro de los grandes cambios que ha experimentado Zorrilla, la eliminación de esa barrera que separaba al público del terreno de juego. El histórico (e incómodo) foso fue eliminado en 2019 en una obra que supuso bajar el nivel del césped y ganar miles de butacas. También en la era Ronaldo ha llegado el rejuvenecimiento de la cubierta, la mejora de la iluminación, las dependencias interiores, el techado en la grada de los Anexos, así como la instalación de un nuevo vídeomarcador. Son pasos hacia el futuro, ese camino que ahora atisba la creación de la ciudad deportiva y que se culminaría con el gran deseo de la afición blanquivioleta, cerrar la grada sur.
Un remozado Nuevo Estadio José Zorrilla que aguanta el paso del tiempo y al que le espera larga vida siendo el escenario de las gestas blanquivioletas. Donde muchos adolescentes, como Mariano en los 80, recuerdan de memoria las alineaciones y dan forma a su primera pasión. La casa donde se fabrican los sueños para niños y adultos, donde se sufre y se disfruta cada quince días. El hogar de los vallisoletanos, hormigón que ha visto crecer y relacionarse a muchas generaciones y donde, al menos por unos minutos, todas las personas permanecen unidas en torno al amor por un escudo y unos colores, por una ciudad, por el Real Valladolid.
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