Transcribo la anécdota tal cual está contada aquí (redactado por mí, perdonad si hay algún fallo mecanográfico), en el librillo de Rafa Lesmes:
UN CHÓFER ENAMORADO DE SU VEHÍCULO
Al regreso de un partido amistoso jugado como preparación para la temporada 49-50, el equipo del Real Valladolid sufrió un accidente que pudo ser de terribles consecuencias, aunque milagrosamente quedasen éstas atenuadas en todo lo posible.
El autocar en el que hacían el viaje fué arrollado por un tren en un paso a nivel: pero como el convoy no llevaba mucha marcha y no le cogió de lleno, el coche quedó con bastantes destrozos, pero en condiciones de ser utilizado después de una amplia reparación de la carrocería.
Para retirarlo de la vía, sobre cuyo borde había quedado, los propios jugadores que habían resultado menos afectados trataban de empujarlo, a fin de colocarlo después también sobre la carretera y en condiciones de ser remolcado.
El conductor del vehículo, aunque había sufrido una grave fractura de columna vertebral, trataba de ayudar también, olvidándose de su lesión y lamentándose sólo del estado en que había quedado el autocar:
-¡Ay, mi coche...! ¡Ay, mi coche...! era su única exclamación.
De pronto apareció sobre la vía, a lo lejos, un farol que alguien portaba, y uno de los jugadores del Valladolid, que todavía conservaba humor para ello, gritó al chófer:
-¡Que viene el rápido de Irún...!
Y el pobre conductor, con la única obsesión del autocar, repitió su cantinela, pero con voz mucho más fuerte:
-!!AY MI COCHE!!...
Y dejó caer sus brazos a lo largo de su cuerpo con gesto de desaliento y como diciendo: "Ahora sí que me lo destroza del todo..."