Salgo de comprar el pan. Tengo que cruzar la carretera. Voy hacia el semáforo apretando el paso, está verde pero empieza a parpadear, veo el indicador de diez segundos. Corro. Una barra se rompe bajo mi brazo. La sujeto con firmeza sin detenerme. Llego al paso. Cuatro segundos. Doy dos potentes zancadas, paso la mediana y entro en el segundo tramo del paso de cebra. Siguen quedando cuatro segundos. Me sonrío, el entrenamiento se nota. Por delante una pareja de personas mayores, tendrían unos setenta años, con toda seguridad jubilados pero en plenas condiciones. No hay duda de que van juntos, pero sin embargo caminan separados, es algo que acaban haciendo muchos matrimonios con los años. Él lleva el paraguas, ella la bolsa de la compra. Caminan despacio. Los tengo justo delante y bloquean buena parte del paso. No hay salida hacia la izquierda, no es mi camino. Aprovecho la inercia y fuerzo un giro de rodilla para intentar superarlos por la derecha. Ella gira para atajar por el césped ya próximo, justo donde yo me dirigía. No puedo. No quiero empujarlos. Freno en seco. El semáforo se pone en rojo. Quedan dos metros. Termino de cruzar pegado a ellos y con una mirada de disculpa a los coches de la primera fila.
Ya en la acera los adelanto. Siguen su paseo completamente ajenos a lo que acaba de suceder. Yo pienso: Me han hecho una defensa que ni los del baloncesto. Y era verdad, los del baloncesto no son capaces de defender así.
