«Míster, menos discursos y más entrenamientos»
La plantilla pidió sin éxito a Sergio trabajar los errores en el campo y no con vídeos, su sistema habitual
Ronaldo le impidió multar a dos jugadores que se fueron a Canarias sin permiso
«La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana». El Real Valladolid debe dar la vuelta a la famosa frase acuñada por Napoleón. El equipo blanquivioleta apenas supo en esta temporada lo que es ganar. Y su desastre cuenta con varias líneas de paternidad, con Sergio y Ronaldo como principales progenitores.
La temporada nació de nalgas a causa de esa esencia humana que es el ansia de mejora. Sergio había firmado con el Real Valladolid un ascenso portentoso y dos permanencias encomiables. Más la primera que la segunda, en la que ya se comenzaban a ver síntomas de cansancio y de conformismo.
El Pucela seguía jugando como equipo pequeño cuando ya no lo era. Comenzaba a llegar el aburrimiento. Fuera y dentro del equipo. Hasta Ronaldo comentaba en Madrid que le costaba venir a ver los partidos. Un año en el fútbol de élite es como una década en el mundo real en cuanto desgaste.
Y llegó el verano de 2020. El vestuario congregó a futbolistas de ataque hartos de una forma de juego con la que no veían el balón. El entrenador también sentía la necesidad de un cambio. Como cualquier profesional, quería hacer carrera, subir peldaños, y sabía que el fútbol amurallado no le iba a catapultar a un Sevilla o un Betis.
Comenzó la temporada con un cambio de estilo cuando más falta hacía ir poco a poco. Las ausencias del lesionado Olivas y el traspasado Salisu en el centro de la zaga eran un hándicap que el técnico soslayó, pese a los pésimos primeros resultados.
El estilo Sergio clásico contaba con dos pilares maestros: una defensa por acumulación con la que minimizar los fallos atrás, buscando después alguna acción ofensiva aislada para marcar; y una capacidad de conexión anímica con una plantilla que iba a muerte con él. Pero las señales de cortocircuito que comenzaron a surgir al final de la Liga 19-20 provocaron el incendio del vestuario en la actual.
El Pucela ofensivo no funcionaba. Era un desastre. Faltaban horas de trabajo para forjar el ataque y una buena elección de jugadores. Después Sergio intentó un mixto que no era ni ofensivo ni defensivo, sino un engendro. Conclusión: colista con los primeros ocho partidos sin ganar y tres puntos de 24.
El mal comienzo provocó la primera fractura en la plantilla. Fue una divergencia, no un enfrentamiento. Los veteranos que habían vivido tres batallas seguían con el míster. Pero no todos.
Los nuevos, tampoco en pleno, se sentían como en una secta en la que era más importante estar a buenas con el entrenador que hacer bien las cosas. No habían estado en años anteriores y no participaban de la épica común.
Ser veterano puntuaba a ojos del técnico más que la calidad y los méritos de los nuevos en otros equipos. Si a esto se le une que el míster no estaba contento con la mayoría de los refuerzos y que la situación sanitaria impedía las duchas en vestuario, las cenas y los vermús tras entrenar para hacer piña, se entiende que la brecha abierta en la plantilla por los resultados fuese cada vez mayor.
El Real Valladolid, colista, sacó la cabeza de la zona de descenso con 7 puntos de 9, pero no supo ahondar en la mejoría. El sistema Sergio no funcionaba y él estaba cada vez menos a gusto con lo que tenía. Muchos de los nuevos y algún veterano desconectaron anímicamente de su mensaje. Ni funcionaba, ni apenas cambiaba nada.
El míster lo acusó. Necesita adhesiones inquebrantables, tanto en la plantilla como en el club y en la prensa. No soporta las críticas, aunque de puertas para fuera se muerda la lengua.
Tras varios dientes de sierra en una temporada en la que salvarse era casi gratis, llegó la implosión de Vitoria. Pocas veces un 1-0 en contra ha contado con el efecto de una goleada. Dos reuniones de los jugadores y unas palabras con el técnico sirvieron para levantar la cabeza y mejorar el juego, sabedores de que Ronaldo no iba a cambiar de entrenador.
La plantilla, sin líderes y convertida ya en reinos taifas, llegó a un acuerdo: no habría mala caras ni malos comentarios, jugase quien jugase. A Weissman una carita tras ser sustituido le costó no ir convocado el partido siguiente.
De nuevo se dio una reacción con su correspondiente hundimiento posterior. El Pucela carecía de gobierno. Masip, Olivas, Plano, Nacho y el más individualista Míchel formaban la guardia de corps del técnico. Un grupo que fue incapaz de recomponer los trozos del equipo, ante los agravios que sentían los jugadores que no sólo se veían infrautilizados, sino menospreciados. Hasta sus más fieles reconocen que Sergio no era el mismo desde pretemporada.
Pero la bomba que implosionó el vestuario fue un viaje secreto de dos jugadores a Canarias, contraviniendo la normativa del club en situación de pandemia. El entrenador y el resto de jugadores se enteraron, con el consiguiente cabreo.
Sergio optó por la apertura de un expediente informativo que con toda seguridad hubiese acabado en sanción. Pero Ronaldo lo paró, desautorizándole. Por eso suena más hueco que nunca las palabras del técnico en los últimos días sobre el ‘apoyo’ presidencial. El míster perdió con esta decisión fuerza de cara a su vestuario.
El carácter veleidoso de Ronaldo quedó de nuevo al descubierto. Incapaz de lograr una dinámica regular de trabajo, se mueve por sensaciones. «Es como un niño grande», le define quien ha pasado junto a él varias etapas de su vida. Durante la cuarentena, en lugar de ahondar en sus conocimientos empresariales o de mercado futbolístico, se dedicó a aprender a manejarse en el Call of Duty, un famoso videojuego.
El equipo llegó a la recta final de la Liga con dos rejonazos al perder cuatro puntos en el tiempo añadido ante Celta y Sevilla. Dos victorias que se escaparon en un suspiro y dejaron muy tocados a técnicos y plantilla.
El Real Valladolid perdió mucha autoconfianza y quedó en evidencia que el equipo estaba mal trabajado. Demasiados goles encajados en faltas, malos repliegues y pésimas basculaciones. Faltaban pico y pala y los capitanes se lo dijeron al entrenador: «Menos discursos y vídeos, y más tareas de entreno».
Porque la solución adaptada por Sergio y Ribera (su segundo y cuya opinión tiene mucho peso para él) de cara a corregir errores eran las imágenes, no la práctica sobre el césped, que se ejecutaba a regañadientes y con escasos minutos. La falta de trabajo quedaba otros años tapada por el empuje anímico y la capacidad defensiva. Este año volaron ambos.
El míster veía que no funcionaban sus recetas y entró en colapso, intentando cambiar jugadores, dibujos tácticos y estilos, sumiendo al Pucela en un caos del que ya no se levantó. El silencio con el que desde los autocares del equipo se acogió la iniciativa de animarlo en su subida al estadio, ante el Villarreal, certificó que el Real Valladolid 20-21 estaba ya muerto.
https://diariodevalladolid.elmundo.es/articulo/deportes/mister-menos-discursos-mas-entrenamientos/20210524232328399726.html
La plantilla pidió sin éxito a Sergio trabajar los errores en el campo y no con vídeos, su sistema habitual
Ronaldo le impidió multar a dos jugadores que se fueron a Canarias sin permiso
«La victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana». El Real Valladolid debe dar la vuelta a la famosa frase acuñada por Napoleón. El equipo blanquivioleta apenas supo en esta temporada lo que es ganar. Y su desastre cuenta con varias líneas de paternidad, con Sergio y Ronaldo como principales progenitores.
La temporada nació de nalgas a causa de esa esencia humana que es el ansia de mejora. Sergio había firmado con el Real Valladolid un ascenso portentoso y dos permanencias encomiables. Más la primera que la segunda, en la que ya se comenzaban a ver síntomas de cansancio y de conformismo.
El Pucela seguía jugando como equipo pequeño cuando ya no lo era. Comenzaba a llegar el aburrimiento. Fuera y dentro del equipo. Hasta Ronaldo comentaba en Madrid que le costaba venir a ver los partidos. Un año en el fútbol de élite es como una década en el mundo real en cuanto desgaste.
Y llegó el verano de 2020. El vestuario congregó a futbolistas de ataque hartos de una forma de juego con la que no veían el balón. El entrenador también sentía la necesidad de un cambio. Como cualquier profesional, quería hacer carrera, subir peldaños, y sabía que el fútbol amurallado no le iba a catapultar a un Sevilla o un Betis.
Comenzó la temporada con un cambio de estilo cuando más falta hacía ir poco a poco. Las ausencias del lesionado Olivas y el traspasado Salisu en el centro de la zaga eran un hándicap que el técnico soslayó, pese a los pésimos primeros resultados.
El estilo Sergio clásico contaba con dos pilares maestros: una defensa por acumulación con la que minimizar los fallos atrás, buscando después alguna acción ofensiva aislada para marcar; y una capacidad de conexión anímica con una plantilla que iba a muerte con él. Pero las señales de cortocircuito que comenzaron a surgir al final de la Liga 19-20 provocaron el incendio del vestuario en la actual.
El Pucela ofensivo no funcionaba. Era un desastre. Faltaban horas de trabajo para forjar el ataque y una buena elección de jugadores. Después Sergio intentó un mixto que no era ni ofensivo ni defensivo, sino un engendro. Conclusión: colista con los primeros ocho partidos sin ganar y tres puntos de 24.
El mal comienzo provocó la primera fractura en la plantilla. Fue una divergencia, no un enfrentamiento. Los veteranos que habían vivido tres batallas seguían con el míster. Pero no todos.
Los nuevos, tampoco en pleno, se sentían como en una secta en la que era más importante estar a buenas con el entrenador que hacer bien las cosas. No habían estado en años anteriores y no participaban de la épica común.
Ser veterano puntuaba a ojos del técnico más que la calidad y los méritos de los nuevos en otros equipos. Si a esto se le une que el míster no estaba contento con la mayoría de los refuerzos y que la situación sanitaria impedía las duchas en vestuario, las cenas y los vermús tras entrenar para hacer piña, se entiende que la brecha abierta en la plantilla por los resultados fuese cada vez mayor.
El Real Valladolid, colista, sacó la cabeza de la zona de descenso con 7 puntos de 9, pero no supo ahondar en la mejoría. El sistema Sergio no funcionaba y él estaba cada vez menos a gusto con lo que tenía. Muchos de los nuevos y algún veterano desconectaron anímicamente de su mensaje. Ni funcionaba, ni apenas cambiaba nada.
El míster lo acusó. Necesita adhesiones inquebrantables, tanto en la plantilla como en el club y en la prensa. No soporta las críticas, aunque de puertas para fuera se muerda la lengua.
Tras varios dientes de sierra en una temporada en la que salvarse era casi gratis, llegó la implosión de Vitoria. Pocas veces un 1-0 en contra ha contado con el efecto de una goleada. Dos reuniones de los jugadores y unas palabras con el técnico sirvieron para levantar la cabeza y mejorar el juego, sabedores de que Ronaldo no iba a cambiar de entrenador.
La plantilla, sin líderes y convertida ya en reinos taifas, llegó a un acuerdo: no habría mala caras ni malos comentarios, jugase quien jugase. A Weissman una carita tras ser sustituido le costó no ir convocado el partido siguiente.
De nuevo se dio una reacción con su correspondiente hundimiento posterior. El Pucela carecía de gobierno. Masip, Olivas, Plano, Nacho y el más individualista Míchel formaban la guardia de corps del técnico. Un grupo que fue incapaz de recomponer los trozos del equipo, ante los agravios que sentían los jugadores que no sólo se veían infrautilizados, sino menospreciados. Hasta sus más fieles reconocen que Sergio no era el mismo desde pretemporada.
Pero la bomba que implosionó el vestuario fue un viaje secreto de dos jugadores a Canarias, contraviniendo la normativa del club en situación de pandemia. El entrenador y el resto de jugadores se enteraron, con el consiguiente cabreo.
Sergio optó por la apertura de un expediente informativo que con toda seguridad hubiese acabado en sanción. Pero Ronaldo lo paró, desautorizándole. Por eso suena más hueco que nunca las palabras del técnico en los últimos días sobre el ‘apoyo’ presidencial. El míster perdió con esta decisión fuerza de cara a su vestuario.
El carácter veleidoso de Ronaldo quedó de nuevo al descubierto. Incapaz de lograr una dinámica regular de trabajo, se mueve por sensaciones. «Es como un niño grande», le define quien ha pasado junto a él varias etapas de su vida. Durante la cuarentena, en lugar de ahondar en sus conocimientos empresariales o de mercado futbolístico, se dedicó a aprender a manejarse en el Call of Duty, un famoso videojuego.
El equipo llegó a la recta final de la Liga con dos rejonazos al perder cuatro puntos en el tiempo añadido ante Celta y Sevilla. Dos victorias que se escaparon en un suspiro y dejaron muy tocados a técnicos y plantilla.
El Real Valladolid perdió mucha autoconfianza y quedó en evidencia que el equipo estaba mal trabajado. Demasiados goles encajados en faltas, malos repliegues y pésimas basculaciones. Faltaban pico y pala y los capitanes se lo dijeron al entrenador: «Menos discursos y vídeos, y más tareas de entreno».
Porque la solución adaptada por Sergio y Ribera (su segundo y cuya opinión tiene mucho peso para él) de cara a corregir errores eran las imágenes, no la práctica sobre el césped, que se ejecutaba a regañadientes y con escasos minutos. La falta de trabajo quedaba otros años tapada por el empuje anímico y la capacidad defensiva. Este año volaron ambos.
El míster veía que no funcionaban sus recetas y entró en colapso, intentando cambiar jugadores, dibujos tácticos y estilos, sumiendo al Pucela en un caos del que ya no se levantó. El silencio con el que desde los autocares del equipo se acogió la iniciativa de animarlo en su subida al estadio, ante el Villarreal, certificó que el Real Valladolid 20-21 estaba ya muerto.
https://diariodevalladolid.elmundo.es/articulo/deportes/mister-menos-discursos-mas-entrenamientos/20210524232328399726.html