No se que os parece a vosotros el mensaje de este ciudadano, pero a mí cada vez me parece más fuera de lugar, a la vez que me parece una torpeza por parte de la propia Casa Real, el insistir año tras año, en un discurso vacío de soluciones, que sin embargo sirve para que el parón navideño de la actualidad política no impida a los medios de comunicación seguir machacando con sus análisis interesados, los asuntos de estado, que posteriormente se discuten y legislan en un sitio muy diferente al Palacio de la Zarzuela.
Ayer llegué a casa justo durante el mensaje, pero la calle estaba repleta de gente con petardos, espumillón, con las prisas de llegar al último brindis, y los bares atestados de gente totalmente ajena a lo que sucedía en la pantalla. Sin duda, en España, por este orden: el consumo, la comida/bebida y la fiesta, es lo que nos une. Y no el desfasado discurso del ciudadano a los pies del arbol de navidad (Por cierto, ¿¿dónde acabará el abeto, ciudadano Juan Carlos??)
Os dejo este artículo de opinón de Juan Carlos Escudier en Público:
http://blogs.publico.es/escudier/87/el-rey-vuelve-a-casa-por-navidad/
De la Navidad hay cosas incomprensibles. Una es esa especie de atracción fatal por Papá Noel, un tipo inquietante vestido con un pijama rojo que sienta a millones de niños sobre sus rodillas con la inocente complicidad de sus progenitores. Este año ha empezado a ser desenmascarado después de que el British Medical Journal concluyera que un obeso que le da al cognac, fuma en pipa y conduce los renos como un salvaje no es un buen ejemplo para la infancia, aunque no sea un pederasta y viva en el Polo Norte. La otra es el mensaje del Rey, del que en esta ocasión no se libraron ni los vascos.
Por muy moderna que se presente, la alocución regia tendría mucho más sentido si se emitiese en directo porque, tal y como está planteada, los españoles, por eso del respeto institucional, estamos obligados a hacer un alto en la ingestión de langostinos para escuchar al jefe del Estado, quien, a su vez, puede dedicarse a pelar las gambas concentrado y sin interrupciones. Alguien que aspira a invadir a una hora prefijada el salón de millones de hogares debería permitir que el resto se cuele en el suyo y estar así en igualdad de condiciones. Grabar el discurso días antes es una descortesía imperdonable, que sólo estaría justificada si después nos pasaran las tomas falsas para echarnos unas risas.
Se nos pide, además, que creamos que las reflexiones sobre el paro, el terrorismo o la integración de los inmigrantes son efectivamente suyas, cuando todo el mundo sabe que el discurso lo escribe un propio en la Moncloa, y el Rey se limita a hacer de Ana Blanco sin melena y leyendo el autocue. Lo peor de esta ficción son los sesudos análisis que elaboran los periódicos con sus palabras y las interpretaciones que de las mismas hacen los políticos, lo que contribuye a dar apariencia de verdad a lo que únicamente es una representación teatral con portal de Belén de fondo.
Es verdad que nada cambiaría si cupiera atribuir el mensaje al mismísimo Rey. No hay por qué negar la buena voluntad de quien, sin ser el autor de la frase, te dice que “juntos podemos vencer problemas y dificultades, si actuamos con rigor, ética y mucho esfuerzo”. Al fin y al cabo, el monarca también combate la crisis, aunque de otra manera; esto es, ignorándola, haciendo y gastando exactamente lo mismo que si no existiera. Más no se le puede pedir a esta familia.
Ayer llegué a casa justo durante el mensaje, pero la calle estaba repleta de gente con petardos, espumillón, con las prisas de llegar al último brindis, y los bares atestados de gente totalmente ajena a lo que sucedía en la pantalla. Sin duda, en España, por este orden: el consumo, la comida/bebida y la fiesta, es lo que nos une. Y no el desfasado discurso del ciudadano a los pies del arbol de navidad (Por cierto, ¿¿dónde acabará el abeto, ciudadano Juan Carlos??)
Os dejo este artículo de opinón de Juan Carlos Escudier en Público:
http://blogs.publico.es/escudier/87/el-rey-vuelve-a-casa-por-navidad/
De la Navidad hay cosas incomprensibles. Una es esa especie de atracción fatal por Papá Noel, un tipo inquietante vestido con un pijama rojo que sienta a millones de niños sobre sus rodillas con la inocente complicidad de sus progenitores. Este año ha empezado a ser desenmascarado después de que el British Medical Journal concluyera que un obeso que le da al cognac, fuma en pipa y conduce los renos como un salvaje no es un buen ejemplo para la infancia, aunque no sea un pederasta y viva en el Polo Norte. La otra es el mensaje del Rey, del que en esta ocasión no se libraron ni los vascos.
Por muy moderna que se presente, la alocución regia tendría mucho más sentido si se emitiese en directo porque, tal y como está planteada, los españoles, por eso del respeto institucional, estamos obligados a hacer un alto en la ingestión de langostinos para escuchar al jefe del Estado, quien, a su vez, puede dedicarse a pelar las gambas concentrado y sin interrupciones. Alguien que aspira a invadir a una hora prefijada el salón de millones de hogares debería permitir que el resto se cuele en el suyo y estar así en igualdad de condiciones. Grabar el discurso días antes es una descortesía imperdonable, que sólo estaría justificada si después nos pasaran las tomas falsas para echarnos unas risas.
Se nos pide, además, que creamos que las reflexiones sobre el paro, el terrorismo o la integración de los inmigrantes son efectivamente suyas, cuando todo el mundo sabe que el discurso lo escribe un propio en la Moncloa, y el Rey se limita a hacer de Ana Blanco sin melena y leyendo el autocue. Lo peor de esta ficción son los sesudos análisis que elaboran los periódicos con sus palabras y las interpretaciones que de las mismas hacen los políticos, lo que contribuye a dar apariencia de verdad a lo que únicamente es una representación teatral con portal de Belén de fondo.
Es verdad que nada cambiaría si cupiera atribuir el mensaje al mismísimo Rey. No hay por qué negar la buena voluntad de quien, sin ser el autor de la frase, te dice que “juntos podemos vencer problemas y dificultades, si actuamos con rigor, ética y mucho esfuerzo”. Al fin y al cabo, el monarca también combate la crisis, aunque de otra manera; esto es, ignorándola, haciendo y gastando exactamente lo mismo que si no existiera. Más no se le puede pedir a esta familia.