El genial ácrata Albert Boadella nos explica, en un escrito de opinión del diario de PedroJ, una de las sinrazones de este país de envidias y prejuicios que llaman España:
(leído en el periódico El Mundo)
Muy atinado y certero en su opinión, mal que algunos les pese...
Última edición por don corralo el Jue 22 Mayo 2008, 17:11, editado 1 vez (Razón : errores ortográficos...)
Cuando el buen sentido deja paso al disparate
Podemos imaginarnos a los profesionales escénicos de París recogiendo firmas para protestar por el exceso de marselleses, vascos o catalanes en sus teatros? Es difícil de concebir porque, a pesar de todo, tenemos a Francia por una nación de ciudadanos con sentido común. En España, el buen sentido ha dejado de ser común y la implantación del disparate nos va sumiendo en el sálvese quien pueda. Lo planteo así porque hace unos días aparecieron en este mismo periódico unas noticias referidas al mundo de la farándula madrileña en las cuales se daba conocimiento del manifiesto firmado por numerosos profesionales de la escena que protestaban ante la invasión de catalanes en las artes escénicas de la capital. La condición grosera y cerril del asunto se desacreditaría por sí sola si no fuera por que en nuestro país están ocurriendo algunos sucesos de apariencia intrascendente que vienen demostrando cómo la epidemia paranoica y reaccionaria que parecía acotada sólo en algunas de las antiguas provincias periféricas se halla actualmente fuera de control y empieza a extenderse por el epicentro del territorio español.
Uno de los problemas que plantea la exaltación del localismo, el rasgo diferencial y la mojiganga étnica, es que acaba irradiando un efecto contaminante en todo aquel que intenta enfrentarse a estos adherentes parásitos de la más auténtica España negra. Conozco de primera mano lo que estas veleidades han significado en la tierra que nací, y precisamente sus consecuencias me llevaron a la decisión de cortar amarras de forma radical a fin de no ser alcanzado por la emanación de tales delirios. No obstante, vengo comprobando que la distancia física resulta inútil, la plaga se ha extendido en todos los territorios del Estado y hay muy pocos habitantes en este país que actualmente se conformen con ser solamente ciudadanos españoles. En este sentido, es imposible permanecer indemne al contagio, y lo digo porque jamás me hubiera imaginado encontrarme un día verificando los lugares de nacimiento de los pintores expuestos en el Museo del Prado para manifestarles a este puñado de colegas titiriteros que bajo sus intenciones restrictivas, los artistas nacidos en Madrid no llenarían hoy ni un simple pasillo del citado museo.
Con semejante actitud segregacionista tampoco existiría el taller Sorolla y, en el Thyssen, únicamente los macarrones mantendrían el testimonio local. En cuanto al oficio teatral más asentado en la capital como fue la zarzuela, muy pocos títulos subsistirían si se hubiera discriminado por lugar de nacimiento a los autores de las más castizas partituras del genero. Y no sigo porque la lista, en cualquier disciplina artística, es apabullante, y tan sólo tener que referirme a ella ya es un signo que muestra la sinrazón en la que nos ha metido a todos esta absurda nostalgia del incestuoso calor tribal, lo cual no es más que el pánico a una sociedad libre, abierta y competitiva. En definitiva, estamos caminando como los cangrejos y lo hacemos con la pasividad de la mayoría y la codicia de los dirigentes políticos, que así obtienen una buena rentabilidad personal del moderno sistema feudal.
Después de tantos siglos de máscaras, carromatos, moral libertaria y mestizaje cultural, creía pertenecer a un gremio de escépticos socarrones inmunizado contra los residuos del Antiguo Régimen. Me refiero al carlismo y a la España retrógrada, la misma que para la nueva ocasión se disfraza de nacionalismo democrático como si el nacionalismo fuera compatible con una sociedad plural. La gran paradoja reside en que los automatismos endogámicos y el filón regional que aflora de nuevo en nuestro país llevan esta vez un considerable bagaje de prebendas. Los lucros son de tal magnitud que la España invertebrada o el problema de España vienen hoy invocados por unas generaciones de impostores, cuyo encumbramiento se hizo bajo la etiqueta del internacionalismo, la solidaridad y la igualdad de derechos, y ahora se han montado al carro de exaltación del privilegio territorial con el fin de blindar su correspondiente repartidora local.
Siempre que España ha vivido breves tiempos de libertad e impulso modernizador ha surgido la estrategia de demolición del Estado alentada por la alternativa de un poder político territorial que se erige en representante único del sentimiento atávico y en el que la lealtad a las reglas de juego generales viene condicionada por los pretextos de singularidades étnicas y culturales.
A estas alturas de nuestra reciente historia me voy volviendo pesimista en lo que respecta a recomponer una idea moderna y global de España, pero también debo admitir que no esperaba, con semejante celeridad, un triunfo tan espectacular del nacionalismo catalán en la capital del reino. Como Cataluña no es receptiva con el teatro madrileño, tenemos la excusa para reforzar los límites territoriales y cada uno en su casa y a su negocio. Si en el gremio de comediantes se ha conseguido que prevalezca el lugar de nacimiento en vez del talento artístico, ciertamente, la España de la igualdad es hoy una quimera literaria. La reivindicación de la partida de nacimiento adquiere un insólito valor de limpieza de sangre que sirve para convertirse en ciudadano de primera dentro del clan y un foráneo en el resto del territorio nacional.
Yo no sé si el teatro catalán es mejor o peor que la producción madrileña, pero poco importa en lo referente a este tema, lo esencial es que el uno y el otro forman parte del teatro español y esto es lo que no se quiere conceder porque no interesa. En el fondo de la cuestión, mis colegas comediantes pretenden introducir fronteras al libre mercado para beneficiarse bajo el proteccionismo de los monopolios políticos que se han venido estableciendo en los reinos de Taifas. Por ello, insisto en que éste no es un asunto baladí. Cuando la deriva segregacionista afecta ya a los practicantes de las artes y el mérito se elimina en razón de la cuota identitaria, el acto se convierte en la prueba del nueve de la galopante confusión que asola nuestro país con la vil aquiescencia de toda la clase política.
Al fin, las palabras del histórico nacionalista Prat de la Riba se han convertido en premonitorias: «No es cuestión de buen gobierno, ni de administración; no es cuestión de libertad, ni de igualdad; es cuestión de patria» A tan contundente declaración de principios, yo sólo me permito añadirle que, cuando ahora en España escucho la palabras patria, identidad o rasgos diferenciales, me protejo la cartera.
Albert Boadella es dramaturgo y director de Els Joglars
Podemos imaginarnos a los profesionales escénicos de París recogiendo firmas para protestar por el exceso de marselleses, vascos o catalanes en sus teatros? Es difícil de concebir porque, a pesar de todo, tenemos a Francia por una nación de ciudadanos con sentido común. En España, el buen sentido ha dejado de ser común y la implantación del disparate nos va sumiendo en el sálvese quien pueda. Lo planteo así porque hace unos días aparecieron en este mismo periódico unas noticias referidas al mundo de la farándula madrileña en las cuales se daba conocimiento del manifiesto firmado por numerosos profesionales de la escena que protestaban ante la invasión de catalanes en las artes escénicas de la capital. La condición grosera y cerril del asunto se desacreditaría por sí sola si no fuera por que en nuestro país están ocurriendo algunos sucesos de apariencia intrascendente que vienen demostrando cómo la epidemia paranoica y reaccionaria que parecía acotada sólo en algunas de las antiguas provincias periféricas se halla actualmente fuera de control y empieza a extenderse por el epicentro del territorio español.
Uno de los problemas que plantea la exaltación del localismo, el rasgo diferencial y la mojiganga étnica, es que acaba irradiando un efecto contaminante en todo aquel que intenta enfrentarse a estos adherentes parásitos de la más auténtica España negra. Conozco de primera mano lo que estas veleidades han significado en la tierra que nací, y precisamente sus consecuencias me llevaron a la decisión de cortar amarras de forma radical a fin de no ser alcanzado por la emanación de tales delirios. No obstante, vengo comprobando que la distancia física resulta inútil, la plaga se ha extendido en todos los territorios del Estado y hay muy pocos habitantes en este país que actualmente se conformen con ser solamente ciudadanos españoles. En este sentido, es imposible permanecer indemne al contagio, y lo digo porque jamás me hubiera imaginado encontrarme un día verificando los lugares de nacimiento de los pintores expuestos en el Museo del Prado para manifestarles a este puñado de colegas titiriteros que bajo sus intenciones restrictivas, los artistas nacidos en Madrid no llenarían hoy ni un simple pasillo del citado museo.
Con semejante actitud segregacionista tampoco existiría el taller Sorolla y, en el Thyssen, únicamente los macarrones mantendrían el testimonio local. En cuanto al oficio teatral más asentado en la capital como fue la zarzuela, muy pocos títulos subsistirían si se hubiera discriminado por lugar de nacimiento a los autores de las más castizas partituras del genero. Y no sigo porque la lista, en cualquier disciplina artística, es apabullante, y tan sólo tener que referirme a ella ya es un signo que muestra la sinrazón en la que nos ha metido a todos esta absurda nostalgia del incestuoso calor tribal, lo cual no es más que el pánico a una sociedad libre, abierta y competitiva. En definitiva, estamos caminando como los cangrejos y lo hacemos con la pasividad de la mayoría y la codicia de los dirigentes políticos, que así obtienen una buena rentabilidad personal del moderno sistema feudal.
Después de tantos siglos de máscaras, carromatos, moral libertaria y mestizaje cultural, creía pertenecer a un gremio de escépticos socarrones inmunizado contra los residuos del Antiguo Régimen. Me refiero al carlismo y a la España retrógrada, la misma que para la nueva ocasión se disfraza de nacionalismo democrático como si el nacionalismo fuera compatible con una sociedad plural. La gran paradoja reside en que los automatismos endogámicos y el filón regional que aflora de nuevo en nuestro país llevan esta vez un considerable bagaje de prebendas. Los lucros son de tal magnitud que la España invertebrada o el problema de España vienen hoy invocados por unas generaciones de impostores, cuyo encumbramiento se hizo bajo la etiqueta del internacionalismo, la solidaridad y la igualdad de derechos, y ahora se han montado al carro de exaltación del privilegio territorial con el fin de blindar su correspondiente repartidora local.
Siempre que España ha vivido breves tiempos de libertad e impulso modernizador ha surgido la estrategia de demolición del Estado alentada por la alternativa de un poder político territorial que se erige en representante único del sentimiento atávico y en el que la lealtad a las reglas de juego generales viene condicionada por los pretextos de singularidades étnicas y culturales.
A estas alturas de nuestra reciente historia me voy volviendo pesimista en lo que respecta a recomponer una idea moderna y global de España, pero también debo admitir que no esperaba, con semejante celeridad, un triunfo tan espectacular del nacionalismo catalán en la capital del reino. Como Cataluña no es receptiva con el teatro madrileño, tenemos la excusa para reforzar los límites territoriales y cada uno en su casa y a su negocio. Si en el gremio de comediantes se ha conseguido que prevalezca el lugar de nacimiento en vez del talento artístico, ciertamente, la España de la igualdad es hoy una quimera literaria. La reivindicación de la partida de nacimiento adquiere un insólito valor de limpieza de sangre que sirve para convertirse en ciudadano de primera dentro del clan y un foráneo en el resto del territorio nacional.
Yo no sé si el teatro catalán es mejor o peor que la producción madrileña, pero poco importa en lo referente a este tema, lo esencial es que el uno y el otro forman parte del teatro español y esto es lo que no se quiere conceder porque no interesa. En el fondo de la cuestión, mis colegas comediantes pretenden introducir fronteras al libre mercado para beneficiarse bajo el proteccionismo de los monopolios políticos que se han venido estableciendo en los reinos de Taifas. Por ello, insisto en que éste no es un asunto baladí. Cuando la deriva segregacionista afecta ya a los practicantes de las artes y el mérito se elimina en razón de la cuota identitaria, el acto se convierte en la prueba del nueve de la galopante confusión que asola nuestro país con la vil aquiescencia de toda la clase política.
Al fin, las palabras del histórico nacionalista Prat de la Riba se han convertido en premonitorias: «No es cuestión de buen gobierno, ni de administración; no es cuestión de libertad, ni de igualdad; es cuestión de patria» A tan contundente declaración de principios, yo sólo me permito añadirle que, cuando ahora en España escucho la palabras patria, identidad o rasgos diferenciales, me protejo la cartera.
Albert Boadella es dramaturgo y director de Els Joglars
(leído en el periódico El Mundo)
Muy atinado y certero en su opinión, mal que algunos les pese...
Última edición por don corralo el Jue 22 Mayo 2008, 17:11, editado 1 vez (Razón : errores ortográficos...)