09/26/2012

Por Mario Ornat

Niebla en el Canal de la Mancha

A dos semanas de que arranquen la Heineken Cup y la Amlin Challenge Cup, un temblor de controversia retumba bajo el noble suelo del continente oval: hace algunas semanas, los clubes de Inglaterra y Francia anunciaron que abandonarán la copa de Europa si European Rugby Cup (el organismo que rige las competiciones continentales) no varía el sistema de clasificación. El frente anglofrancés ha dado un par de años de plazo, hasta la HCup 2014/15, para instaurar una alternativa a lo que consideran un sistema desequilibrado e injusto con la Premiership y el Top 14, las competiciones de clubes más importantes en Europa. En su opinión, el actual sistema privilegia no los méritos deportivos, sino la adjudicación de plazas sobre la base de un reparto geográfico que indirecta (y decisivamente, consideran) favorece a los países celtas, los que compiten en la RaboDirect Pro12.

El desafío es cierto. Parece algo más que una bravata: por lo que hay en juego, por los actores y, desde luego, también por los precedentes. Si no se da un acuerdo antes de 2014 o si el resto de países no aceptan la simultaneidad de un nuevo acuerdo televisivo exclusivo para los equipos ingleses, abandonarán la Heineken Cup. En principio amenazaron con armar un nuevo campeonato por su cuenta, aunque abierto a aquellos otros países que se quisieran integrar en él. En los últimos días, los portavoces del rugby francés han parecido orientarse hacia el entendimiento, rechazando la hipótesis de una competición paralela exclusiva. Las reuniones vienen sucediéndose todo este mes y seguirán haciéndolo en los próximos, sin que nadie aviste aún el más mínimo acercamiento. Si los franceses templan gaitas, la posición inglesa permanece firme y nada permeable a revisiones. No sólo no se mueven de su argumentación, sino que han puesto sobre la mesa un arma nuclear, cuyo protagonismo deberá ser decisivo: un acuerdo con el operador BT Vision para cederle los derechos televisivos de los clubes ingleses, incluso en los partidos que jueguen de la HCup. Ese contrato, que entrará en vigor en 2014, mejora los ingresos de los clubes de la Premiership y choca frontalmente con el compromiso que ERC tiene firmado, hasta 2018, con Sky. La duplicidad televisiva dibuja un escenario repleto de interrogantes y anuncia que la batalla puede llegar mucho más allá de las palabras, el territorio en el que está localizada ahora mismo. El horizonte no acaba en una mera discusión acerca de la naturaleza de la competición o de los requisitos clasificatorios. Se trata de una colisión frontal de intereses financieros. Una crisis en toda regla.

La cosa empezó por cuestiones deportivas. Ingleses y franceses consideran que el proceso de clasificación para la HCup favorece a los equipos de la RaboDirect Pro12, la competición que disputan diez equipos de las naciones celtas (Irlanda, Escocia y Gales), más un par de clubes italianos. Para la Heineken Cup de este año están clasificados los seis primeros equipos de la Aviva Premiership (una liga de doce) y los siete primeros de Francia (donde compiten catorce); los cuatro irlandeses que juegan la Pro12; los tres mejores de los cuatro representantes galeses; más los dos escoceses y los dos italianos. Éstos últimos tienen garantizado su acceso sólo por formar parte de la Pro12, con independencia absoluta de cuál sea su clasificación. La ventaja parece obvia. Y no sería la única. Para ingleses y franceses, la clasificación en sus ligas resulta más costosa, por la competencia y por el propio número de aspirantes. Esa circunstancia permite que los irlandeses puedan alcanzar sus objetivos administrando mejor el cansancio de sus jugadores, sin que la merma competitiva amenace la clasificación para la Heineken Cup. Irlanda ha ganado una plaza más este año. Ingleses y franceses sospechan en voz alta que tales desequilibrios explican su dominio reciente en la HCup: entre Munster y Leinster han ganado cinco de los últimos siete títulos. Y el año pasado el finalista fue Ulster.

Mark McCafferty, director ejecutivo de la Aviva Premiership, denunció hace algunas semanas de manera sonora lo que él considera graves incongruencias. Para ello usó el ejemplo del Zebre italiano: sustituto del Aironi en la Pro12, en su primer año en esa competición aparecerá también, directamente, en la HCup. "No puede ser bueno que la primera competición europea no la disputen los mejores equipos. Es como si en la Premiership tuviéramos que reservar una plaza cada año para un equipo del suroeste...", subrayó McCafferty. Quizás la comparación no resulte del todo afortunada: el fondo del asunto parece oponer dos conceptos como la vertebración (crecimiento proporcionado del rugby para elevar el suelo general del juego en Europa) y el negocio. El business inglés, de acuerdo a sus directivos, depende en un 80% de la Aviva Premiership, la competición doméstica, y sólo un 20% de la Copa de Europa. Su nuevo acuerdo con BT Vision incluiría también la emisión de partidos de los equipos ingleses en la HCup: un extremo que choca frontalmente con el contrato de Sky y ERC. ¿Para qué arriesgar una parte tan sustancial de su negocio por una competición que apenas representan una quinta parte de sus ingresos? En lo deportivo, la alternativa anglofrancesa consistiría en una fórmula de clasificación basada en los méritos deportivos, no en el reparto territorial de plazas: jugarían la Heineken Cup los primeros de las tres grandes ligas (Aviva Premiership, Top 14 y RaboDirect Pro12), más el campeón vigente y el vencedor de la Amlin Cup del año anterior.

El asunto, como se ve, tiene ribetes muy particulares del rugby, un deporte girado al profesionalismo a partir de 1995 y que ha ido creando y encajando competiciones en todos estos años, con el encomiable afán de elevar el nivel no sólo en los países tradicionalmente principales, sino en todo el continente. Y de paso, montar un negocio que sostuviera el tinglado. Dicho esto, pese a los términos, sin el mínimo afán de ironía. Porque ese esfuerzo ha hecho posible el tejido que hoy soporta el rugby tal y como lo conocemos, un juego en permanente expansión al que, sin embargo, a veces le tiran las costuras. Este deporte siempre hizo patria de sus centenarias tradiciones, pero a estas alturas están por acabarse ya los últimos territorios sagrados: hace unos meses supimos que la camiseta de los All Blacks será cualquier día pasto de la publicidad; y los mismos British and Irish Lions, que representan una de las últimas encarnaciones del rugby secular, ven amenazada ahora su preeminencia en la elección de jugadores para la gira que el próximo verano harán por Australia, con parada de salida en Hong Kong, frente a los Barbarians. Durante toda la historia del rugby británico, ser llamado por los Lions equivalía a alcanzar la mayor cota posible en el rugby internacional. Para los jugadores sigue siendo así, pero hay más actores y el poder de la voluntad o el honor de vestir la camiseta roja en el Hemisferio Sur no prevalecen sobre los ejecutivos de clubes y federaciones. Bernard Laporte, por ejemplo, ya ha advertido que Toulon no cederá a sus jugadores hasta que no se jueguen las finales de la Heineken Cup y del Top 14, la primera competición francesa. La convocatoria de los Lions está prevista, si no varía la previsión o se readapta para evitar abrir otro conflicto, antes de esa fecha. Al frente de los Lions ha sido nombrado hace pocas semanas Warren Gatland, neozelandés y seleccionador de Gales. Nunca fue Gatland, delantero de cuna, un tipo que le vuelva la cara a nada.

El caso de la Heineken Cup supone, si no se alcanza un acuerdo, una conflagración de primer orden. No es la primera vez que los clubes ingleses amenazan con dejar aislado al continente, como rezaba aquel célebre titular (a medio camino entre la verdad y la leyenda) sobre la niebla en el Canal de la Mancha. La tirantez estuvo en el origen mismo de la Copa de Europa: no hubo clubes ingleses en la primera edición, la de 1995/96, cuando los Newcastle Falcons de sir John Hall y Rob Andrew lideraron una revuelta contra la Rugby Union que siempre parece latente. También se ausentaron en la temporada 1998/99, en protesta por la gestión del torneo. Cuando el rugby se convirtió en profesional, uno vivía en Londres y pudo seguir en primera fila el momento en el que el magnate Rupert Murdoch amenazó con contratar a los mejores jugadores del mundo y montar una competición transnacional para explotarla televisivamente. De esa amenaza surgió el rugby tal y como lo vemos ahora. Casi veinte años más tarde, con mucho más dinero en juego y una creciente necesidad por parte de los clubes de maximizar beneficios, la disputa adquiere proporción y dimensiones incomparables. En eso, y en el peso indudable del factor televisivo, este conflicto del rugby se parece bastante a muchas otras batallas del deporte profesional. Ese es ahora mismo el panorama: incierto, desde luego, pero interesante en lo que tiene de construcción (o reconstrucción) de un deporte que vive en estado de volcánico desarrollo.


http://blogs.as.com/mam_quiero_ser_pilier/2012/09/la-otra-crisis-europea.html