Es que es esta una discusión absurda. El Real Valladolid es un equipo que debería primar la unión, la rocosidad, la solidaridad, tanto en el juego como en el vestuario. Es así. Gente como Cristo sobra (o debería sobrar) en equipos como el nuestro, por muy buenos que fueran (que, además, no es el caso). ¿Por qué? Pues porque una grieta en la unión del vestuario y adiós, se acabó, el objetivo que fuera cada año (en este, el ascenso directo) se esfumaría sin solución. Y, ¿cuánto de bueno puede ser un jugador del Real Valladolid para que esa calidad le perdonara crear fisuras en el vestuario? Pues como no fuera un Messi, un tío que te ascendiera él solo, daría igual. Y todos sabemos que un Messi no puede estar en el Valladolid, porque, si se diera el milagroso caso de que un Messi en ciernes acabase aquí de una manera u otra, en el primer mercado de invierno lo venderíamos por 10 milloncejos y encima poniéndonos medallas de la buena venta que hemos hecho.
Bien, puesta esta base, la siguiente es obvia. Un equipo rocoso, un equipo en el que prime el trabajo coral, la solidaridad, el "todos a una", que, además, es un equipo humilde por definición (que no se os suba a la cabeza lo del reciente descenso, porque si este año no se sube el que viene seremos, como siempre, la última mierda que cagó Pilatos), sin demasiado dinero, debe(ría) tirar de cantera por exigencias del guión. Vamos, que no se trata de si quiero o no quiero o de si prefiero esto o lo otro. Cantera sí o sí. Unos años mucho, otros años menos, otros muchísimo. Pero hay (habría) que hacerlo. Deberíamos llevarlo en los genes. Y, gran parte de la culpa de que este club ande décadas dando tumbos en lenta pero inacabable agonía, la tiene precisamente esto, el que pasen los años, los lustros, las décadas, y nadie le dé a este club, a su estructura principal, esa que está muy por encima de jugadores, de entrenadores, y hasta de presidentes, una forma concreta, un ADN distintivo y claro, que sobreviviera a entrenadores mediocres y a directores deportivos inventores del fútbol.
Podríamos hablar de casos concretos, por ejemplo, el reciente ejemplo de Miguel. Que será bueno o regular, pero ¿es peor que Cristo? ¿Dentro y fuera del campo? Para traerse figuras de este jaez, rebotadas de mil sitios, ¿no es mejor, no es más lógico, no es evidente, que mejor al de casa, a no ser que tenga las dos piernas de madera? Porque, claro, somos el Valladolid. No renunciamos, como hace el Madrid, a buenos canteranos por figuras mundiales. Es que renunciamos a la cantera para traer auténticas medianías que da vergüenza verlos vestir nuestra camiseta.
Y luego está el hecho, del que los aficionados, hay que decirlo, tenemos también cierta (bastante) culpa, de que parece que nuestros canteranos sólo sirven si son carne de traspaso, cuanto más inmediato e hinchado, mejor. Se ha hablado aquí de Las Palmas, de la Real, yo añado, por su idiosincrasia, al Athletic, o al Sporting; equipos que sí han sabido dotarse de este ADN propio y tienen muy claro que la cantera es parte fundamental del club y no un adorno o incluso a veces un estorbo como parece ser aquí. Pero es que, en esos equipos, se tiene muy claro que la mayoría de los chavales van a ser jugadores "de infantería", "intendencia", como decía el gran Andrés Montes. Aquí no, aquí tiene que ser la figura indiscutible del equipo, o no valen, cedidos a un Segunda B al tercer día, o contestados per saécula saeculorum. Ahí está Toni, que estamos hablando de contar con la cantera y ya lo han usado de ejemplo de jugador al que sustituír. Ya me diréis si tuviéramos once canteranos con la capacidad y la calidad de Toni (por no hablar de la entrega en cada partido) cada uno en su puesto, si no nos irían bastante mejor las cosas.
En fin. El tema es que siempre se ha dicho que un jugador de fuera debe mejorar al de la casa, o no merece la pena traerlo. Es lo lógico. Aquí no, aquí es al revés. Es el de la casa el que tiene que mejorar al de fuera, si son similares, el canterano acaba cedido el 100% de las veces. Y así ¿a dónde vamos? Pues a una laaaaaarga y amarga decadencia sesteando en las categorías inferiores del fútbol español. O mucho cambian las cosas, o de aquí a cinco años nos acordaremos con nostalgia de aquel año en Segunda cuando éramos 18.000 socios, mientras paseamos la vista por las gradas de Zorrilla y volvemos a contar a los 7.000 desencantados de siempre. Al tiempo.