Miguel Delibes, escritor: «Yo jugaba de delantero y era más o menos fino»
POR ANTONIO ASTORGA
Sábado, 27-12-08
-Miguel Delibes jugó mucho al fútbol de niño y aún de adolescente. El Colegio de Lourdes de Valladolid era una potencia en los años 30, y con frecuencia medía sus fuerzas con otros centros de segunda enseñanza: los jesuitas, los maristas o los muchachos del Instituto. ¿En qué posición jugaba, querido maestro? ¿Cómo definiría su estilo futbolístico?
-Efectivamente, de joven, el fútbol llegó a ser para mí una verdadera pasión. Jugaba al fútbol con las canicas en casa, jugaba a diario un partidillo informal en el Campo Grande, y jugaba al año cuarenta o cincuenta partidos serios, de noventa minutos y en campo reglamentario, en la finca del colegio. Estábamos todo el día de Dios pensando en el fútbol. Yo jugaba de delantero y era más o menos fino, pero me faltaban condiciones físicas -no era corpulento- y me sobraba respeto a las defensas contrarias. Me desenvolvía mejor en lo que hoy se llama el futbito que en el fútbol.
En «El otro fútbol» Delibes emociona: «Unas veces ganábamos y otras perdíamos, pero, en cualquier caso, siempre quedaba vivo un deseo: remachar el triunfo obtenido o tomarnos el desquite de la derrota. Había, no obstante, un colegio en Valladolid que siempre nos vencía: el colegio de Santiago para huérfanos del arma de Caballería. He dicho que nos vencía cuando será más exacto decir que nos barría».
-¿Qué atesoraban esos huérfanos de Caballería que siempre les ganaban por goleada?
-Nuestro colegio, el Lourdes, tenía un buen nivel, pero el de Santiago, para los huérfanos de Caballería, nos ganaba siempre por goleada, no cosa de 6-0, sino de 12-2 o 14-3. He escrito algo sobre los Huérfanos y les recuerdo con sus insignias y sus capichuelas; al fútbol, sin otro adelanto que unas alpargatas, jugaban como los ángeles y sospecho que tenían un gran preparador físico.
Paralelamente a esa actividad, Delibes fue asiduo espectador pasivo de fútbol desde 1929, mucho antes de convertirse este deporte en un espectáculo de masas. Durante seis lustros largos fue asiduo del Real Valladolid, asistió al empecinado trajín blanquivioleta en Tercera división, a su paso fulgurante por la Segunda y a sus casi veinte años de Primera, donde fue campeón de invierno en una ocasión, empatándole al Real Madrid en Chamartín y eliminando al Atlético de la Copa -como su prodigiosa memoria recuerda-, con aquel asombroso gol de Sañudo que dejó estupefacto al desencantado público del Metropolitano.
-En aquellos tiempos los tanteadores eran amplios y generosos, hoy los marcadores son tacaños y rácanos. ¿Por qué? ¿Ha perdido romanticismo el fútbol? ¿El gol?
-Fui espectador desde muy niño. Ser socio infantil costaba 1,50 pesetas y tuve que convencer a mi padre para que pagara esa cuota de seis reales al precio de quedarme sin propina. Las cosas han cambiado mucho con la conversión del fútbol en un gran espectáculo. Recuerdo como si fuera hoy el viejo campo de la Plaza de Toros, muy pobre, muy decadente y primitivo. La tribuna estaba, al entrar, a la izquierda y en el resto del estadio había no más de dos o tres filas de espectadores. Yo era uno de ellos y me colocaba tras una portería con los hermanos Gredilla, que regentaban una pensión de fuste, casi un hotel. Me producía una enorme emoción ir a ver jugar al Real Valladolid de 1930, aquel Valladolid de Irigoyen, Ochandiano, Luisón, Gabilondo, Ros y López, Cimiano, Susaeta, Sañudo, Escudero y Álamo. Era un equipo de Tercera División con hechuras y cierta prestancia intelectual que procedía de la Universidad. Nuestros enemigos eran Zaragoza, Logroñés, Ferrol, Salamanca, la Ferroviaria y el Nacional de Madrid. Cosa de poco.
Mediados los años 50 Delibes deleita como cronista deportivo escribiendo reportajes para la revista «Vida deportiva» de los partidos que se celebraban en el feudo José de Zorrilla del Real Valladolid. Su pseudónimo era Miguel del Seco. En cierta ocasión, visita el Barcelona al Valladolid y don Miguel escribe: «Ambos equipos derrocharon entusiasmo y salieron con ganas de triunfar. Esto dio al «match» un tono vibrante y apasionado que se tradujo en ciertos excesos de la defensa violeta cuando mandaron los azulgrana y en ciertos excesos de la defensa azulgrana cuando mandaron los violetas». Sublime resumen en 45 palabras de un partido.
-¿El fútbol es un campo abonado para crear buena literatura?
-Es posible. En la recopilación de narraciones sobre fútbol que hace años hizo Valdano («Cuentos de fútbol»), hay muchas firmas conocidas, prueba de que los creadores nos hemos sentido muy frecuentemente tentados por el tema. En mi caso, disfruté mucho escribiendo un librito que titulé «El otro fútbol».
-Sin embargo, el desaforado profesionalismo, la táctica del cerrojo o el vocabulario de la grada, soez, le llevaron a abandonar los estadios y a convertirse en un espectador esporádico de los partidos de televisión. ¿Hay algo que le cautive del fútbol de hoy?
-Sigo viendo bastantes partidos por televisión y me entretetienen, pero no los vivo con la intensidad de antes, no llegan a cautivarme. A lo mejor hay que atribuirlo todo a mi falta de juventud, pero creo que el fútbol era hace 70 años más espontáneo y menos táctico, con la consencuencia de que se metían muchos más goles. Ayer los futbolistas presumían de ofensivos y hoy lo hacen de defender bien. Esa es una de las grandes diferencias.
-¿Qué jugadores le han estusiasmado como espectador?
-Ha habido jugadores exquisitos, como Di Stéfano, Kubala y Cruyff. Con ellos empezaron los balones de oro y esas chorradas.
http://www.abc.es/20081227/deportes-deportes/jugaba-delantero-menos-fino-20081227.html
POR ANTONIO ASTORGA
Sábado, 27-12-08
-Miguel Delibes jugó mucho al fútbol de niño y aún de adolescente. El Colegio de Lourdes de Valladolid era una potencia en los años 30, y con frecuencia medía sus fuerzas con otros centros de segunda enseñanza: los jesuitas, los maristas o los muchachos del Instituto. ¿En qué posición jugaba, querido maestro? ¿Cómo definiría su estilo futbolístico?
-Efectivamente, de joven, el fútbol llegó a ser para mí una verdadera pasión. Jugaba al fútbol con las canicas en casa, jugaba a diario un partidillo informal en el Campo Grande, y jugaba al año cuarenta o cincuenta partidos serios, de noventa minutos y en campo reglamentario, en la finca del colegio. Estábamos todo el día de Dios pensando en el fútbol. Yo jugaba de delantero y era más o menos fino, pero me faltaban condiciones físicas -no era corpulento- y me sobraba respeto a las defensas contrarias. Me desenvolvía mejor en lo que hoy se llama el futbito que en el fútbol.
En «El otro fútbol» Delibes emociona: «Unas veces ganábamos y otras perdíamos, pero, en cualquier caso, siempre quedaba vivo un deseo: remachar el triunfo obtenido o tomarnos el desquite de la derrota. Había, no obstante, un colegio en Valladolid que siempre nos vencía: el colegio de Santiago para huérfanos del arma de Caballería. He dicho que nos vencía cuando será más exacto decir que nos barría».
-¿Qué atesoraban esos huérfanos de Caballería que siempre les ganaban por goleada?
-Nuestro colegio, el Lourdes, tenía un buen nivel, pero el de Santiago, para los huérfanos de Caballería, nos ganaba siempre por goleada, no cosa de 6-0, sino de 12-2 o 14-3. He escrito algo sobre los Huérfanos y les recuerdo con sus insignias y sus capichuelas; al fútbol, sin otro adelanto que unas alpargatas, jugaban como los ángeles y sospecho que tenían un gran preparador físico.
Paralelamente a esa actividad, Delibes fue asiduo espectador pasivo de fútbol desde 1929, mucho antes de convertirse este deporte en un espectáculo de masas. Durante seis lustros largos fue asiduo del Real Valladolid, asistió al empecinado trajín blanquivioleta en Tercera división, a su paso fulgurante por la Segunda y a sus casi veinte años de Primera, donde fue campeón de invierno en una ocasión, empatándole al Real Madrid en Chamartín y eliminando al Atlético de la Copa -como su prodigiosa memoria recuerda-, con aquel asombroso gol de Sañudo que dejó estupefacto al desencantado público del Metropolitano.
-En aquellos tiempos los tanteadores eran amplios y generosos, hoy los marcadores son tacaños y rácanos. ¿Por qué? ¿Ha perdido romanticismo el fútbol? ¿El gol?
-Fui espectador desde muy niño. Ser socio infantil costaba 1,50 pesetas y tuve que convencer a mi padre para que pagara esa cuota de seis reales al precio de quedarme sin propina. Las cosas han cambiado mucho con la conversión del fútbol en un gran espectáculo. Recuerdo como si fuera hoy el viejo campo de la Plaza de Toros, muy pobre, muy decadente y primitivo. La tribuna estaba, al entrar, a la izquierda y en el resto del estadio había no más de dos o tres filas de espectadores. Yo era uno de ellos y me colocaba tras una portería con los hermanos Gredilla, que regentaban una pensión de fuste, casi un hotel. Me producía una enorme emoción ir a ver jugar al Real Valladolid de 1930, aquel Valladolid de Irigoyen, Ochandiano, Luisón, Gabilondo, Ros y López, Cimiano, Susaeta, Sañudo, Escudero y Álamo. Era un equipo de Tercera División con hechuras y cierta prestancia intelectual que procedía de la Universidad. Nuestros enemigos eran Zaragoza, Logroñés, Ferrol, Salamanca, la Ferroviaria y el Nacional de Madrid. Cosa de poco.
Mediados los años 50 Delibes deleita como cronista deportivo escribiendo reportajes para la revista «Vida deportiva» de los partidos que se celebraban en el feudo José de Zorrilla del Real Valladolid. Su pseudónimo era Miguel del Seco. En cierta ocasión, visita el Barcelona al Valladolid y don Miguel escribe: «Ambos equipos derrocharon entusiasmo y salieron con ganas de triunfar. Esto dio al «match» un tono vibrante y apasionado que se tradujo en ciertos excesos de la defensa violeta cuando mandaron los azulgrana y en ciertos excesos de la defensa azulgrana cuando mandaron los violetas». Sublime resumen en 45 palabras de un partido.
-¿El fútbol es un campo abonado para crear buena literatura?
-Es posible. En la recopilación de narraciones sobre fútbol que hace años hizo Valdano («Cuentos de fútbol»), hay muchas firmas conocidas, prueba de que los creadores nos hemos sentido muy frecuentemente tentados por el tema. En mi caso, disfruté mucho escribiendo un librito que titulé «El otro fútbol».
-Sin embargo, el desaforado profesionalismo, la táctica del cerrojo o el vocabulario de la grada, soez, le llevaron a abandonar los estadios y a convertirse en un espectador esporádico de los partidos de televisión. ¿Hay algo que le cautive del fútbol de hoy?
-Sigo viendo bastantes partidos por televisión y me entretetienen, pero no los vivo con la intensidad de antes, no llegan a cautivarme. A lo mejor hay que atribuirlo todo a mi falta de juventud, pero creo que el fútbol era hace 70 años más espontáneo y menos táctico, con la consencuencia de que se metían muchos más goles. Ayer los futbolistas presumían de ofensivos y hoy lo hacen de defender bien. Esa es una de las grandes diferencias.
-¿Qué jugadores le han estusiasmado como espectador?
-Ha habido jugadores exquisitos, como Di Stéfano, Kubala y Cruyff. Con ellos empezaron los balones de oro y esas chorradas.
http://www.abc.es/20081227/deportes-deportes/jugaba-delantero-menos-fino-20081227.html