Bien, tú opinas, yo os cuento lo que se pidió en este caso, sin entrar en la opinión. Libertad para mirar escaparates, que diría el clásico.
Demorado escribió:Durísimo artículo en El Mundo. Sin conocer a Caminero personalmente, me da que el autor tira de estereotipos con cierta ligereza:
DROGAS | DE CRUZADO A ATRAPADO
EL CAMINO A LA PERDICIÓN DE CAMINERO
HACE 15 años, en estas páginas, el ex futbolista soñaba con ser Peter Pan para salvar a los niños de la droga. Hoy está imputado por blanquear dinero del narcotráfico. «Siempre fue frágil y no encontraba su lugar fuera del fútbol. Hizo malas amistades», dice su ex agente
JAVIER GÓMEZ
Siempre me gustó Peter Pan, un crío que salvaba a los niños del mal y que, además, volaba. Para mí, el Capitán Garfio de hoy es la droga. Daría todo lo que gano por convertirme en un enmascarado y rescatar a todos los niños que hayan caído en ese abismo».
Era 13 de febrero de 1994. Año del Mundial de Estados Unidos. Su año. Y, en este suplemento, el ex futbolista José Luis Pérez Caminero soñaba con ponerse un traje de paño verde, un sombrero de cucurucho y, puñal al cinto, volar en busca de infancias truncadas por el caballo. Tres años después, el 30 de diciembre de 1997, en el Santiago Bernabéu, Caminero se enfundaba la camiseta de «Drogas No». Y en la edición de 1999 de este famoso partido anual, en Barcelona. Y en la de 2003, en el Calderón. Y en la de 2005, en Jaén... Hoy, su nombre figura en el sumario de la operación Juanes por un presunto blanqueo de capitales provenientes del narcotráfico.
Según la Guardia Civil, la red daba a Caminero, 41 años, hasta medio millón en billetes de bajo curso, papelas estrujadas de 10 ó 20 euros, de ésas que las infancias truncadas buscan con desesperación de zombi para conseguir su dosis de caballo. Él lo devolvía en billetes pulcros y bien planchados de 200 ó 500 euros a cambio de una comisión.
«Cami», como le llaman sus amigos, conoció durante su juventud muchas de esas almas prendidas a una jeringa. Nació y creció en Zarzaquemada, entonces el barrio comanche de Leganés, arrabal obrero de Madrid. Eran los años de la heroína. Él era un hijo de carpintero y ama de casa con pocas ganas de estudiar. Con pocas ganas de todo.
Santi, su entrenador de infantil en el Unión Zarzaquemada, recorría el barrio entero buscándo a ese chaval indolente que apuntaba maneras: «Si no hubiera sido por él, a lo mejor no habría jugado al fútbol. Sabía dónde encontrarme para llevarme a entrenar. Yo era incapaz. No comprendía que había que entrenar para jugar los sábados».
«SIN FUERZAS»
Falto de voluntad, le salvó la clase. El Real Madrid lo formó y lo vendió al Valladolid, en 1989, valorándolo en 25 millones de pesetas como parte del traspaso de Fernando Hierro. Cuatro años más tarde, ya valía 400 millones. Loa pagó el Atlético de Madrid.
Pepín Bello dijo de García Lorca que «cuando entraba en una habitación, no hacía ni frío ni calor; hacía Federico». En los estadios también «hacía Caminero» cuando éste agarraba el cuero. Tallo siempre erguido, porte de príncipe, empeine de delantero, torso de central y lucidez a 180 grados de mediocentro, el fútbol español ha dado pocos de su elegancia y galones. Podía jugar de todo. Esa polivalencia lo encumbró en la hierba. Duchado y peinado, se convertía en desubicación.
Durante su carrera, prometió varias veces que nunca sería director deportivo. Empleo que aceptó al día siguiente de colgar las botas, en Valladolid, en 2004. El 28 de mayo de 2008, conseguido el ascenso a Primera, dio una rueda de prensa en la que reveló que dejaba el cargo «mentalmente bloqueado, sin fuerzas para seguir». Quería sacarse el título de entrenador y «recobrar la vida perdida en tres años». De ser agente de jugadores, «ni hablar».
Intentó trabajar para radio y televisión, pero no tenía el don de la palabra. Desnortado, caprichoso como una veleta rota y aburrido de estar en casa, a los pocos meses volvió a desdecirse y llamó a la puerta de quien fue su agente, Manuel García Quilón, un segundo padre para él, por si podía entrar en el negocio: «Venía de vez en cuando a alguna gestión. Yo quería ayudarle y le propuse un sueldo. Él se negó».
«Ese mundo no era para él. No paraba de decir que no le gustaba. Quilón lo hizo para tenerle entretenido y que no se deprimiese», dice a Crónica Fernando Redondo. Este ex entrenador del Valladolid fue el hombre que descubrió a Caminero y lo conoce desde hace décadas: «Siempre fue un muchacho introvertido y seguro que alguien ha conseguido llevarle al huerto con lo del blanqueo. Él es muy influenciable».
Marca le hizo una pregunta premonitoria hace años.
-¿Cree que le falta madurar?
-No es que sea pasota, pero mi carácter es conformista. No intentar ya más. Después de la temporada 94-95 las lesiones me vinieron seguidas. Eso es muy difícil de soportar psíquicamente y para mí es fundamental estar bien del coco.
Y en estos últimos tiempos, Caminero, el héroe sin ambiciones, el balón pinchado fuera del campo, el galán de barrio con voluntad de plastilina, pasaba una de sus malas rachas de «coco».
Igual que cuando visitó a un curandero para intentar poner fin a sus repetidas lesiones musculares. O cuando rompió a llorar en la concentración de la selección española en Puente Viesgo. O cuando calló ante los medios durante más de seis meses, tras correrse el rumor de que se había acostado con la mujer de su compañero Simeone. En 1998, vinieron a por él de la Premier y el Calcio. Inseguro, antepuso el cariño y volvió a Valladolid. Era un jugador de raza. Pero ya lo decía él: «Los futbolistas tenemos una imagen que nada tiene que ver con la realidad».
El jugador con moral de cerámica tenía que terminar en el equipo depresivo por excelencia, el Atlético de Madrid. Allí coincidió con Tomás Reñones, quien pasó por la cárcel por su implicación en la Operación Malaya. Ambos vivieron la era gilista del Atlético, que ganó Liga y Copa en el famoso doblete de 1996. El grupo, al que se suman Juanma López, Kiko, Aguilera o Toni Muñoz, hoy director deportivo del Getafe, sigue muy unido y la mayoría se reencuentra en verano en Marbella, ex ciudadela de Gil. Esta semana, el clan se ha cerrado como un galápago y no ha hecho declaraciones.
«Caminero es un tipo magnífico, pero siempre fue frágil. Con otra personalidad, habría sido el mejor jugador del mundo en su tiempo. Fuera del fútbol no terminaba de encontrar su lugar. Y su error ha sido juntarse con personas no adecuadas», asegura García Quilón.
Cuando se supo de su supuesta relación con una red de narcotráfico, surgió la pregunta: ¿estaba arruinado Caminero? Fuentes con conocimiento de su situación fiscal aseguraron a Crónica que el ex jugador no tenía problemas económicos. Tiene inversiones en propiedades inmobiliarias en Madrid y Valladolid y un negocio de importación de quads. Pero también llevaba un alto tren de vida.
Todos le tildan de espléndido con el dinero. Quizás demasiado. «Tiene más de 300.000 euros prestados sin pedir un recibo», asegura una persona muy cercana a él. En el Atlético de Madrid, pagaba de su bolsillo un regalo a cada uno de los 60 empleados del club por Navidad. En Valladolid, llegó a costear las nóminas de algunos trabajadores cuando el equipo estaba con el agua de Hacienda al cuello.
Recientemente, a su mujer, Verónica, le entró miedo porque habían asaltado varios chalés en Boecilla, pueblo junto a Valladolid donde vivían. Enseguida se mudaron a un pisazo en el paseo de Zorrilla, la almendra más cara de Pucela. Además conserva un chalé en Las Rozas (Madrid) y casa en Marbella.
Caminero no ha querido responder a las llamadas de Crónica. El ex jugador ha dicho a sus allegados que simplemente hizo «un favor a un amigo cambiando unas monedas» y que tenía que «pagar un dinero que le debía a un tipo». Según la Guardia Civil, en cambio, realizó entre dos y tres servicios para la red, cada uno de ellos por un valor en torno al medio millón de euros, y siempre a cambio de una comisión.
Las versiones sobre su finiquito divergen. La red solía dar el 3% a sus blanqueadores, lo que habría supuesto a Caminero 30.000 euros. Otras fuentes aluden a una tajada especial para él de hasta el 10%, lo que dispararía sus ganancias hasta los 150.000 euros.
Cuando fue detenido, llevaba encima 50.000 euros en metálico. En su entorno, Caminero ha dado varias versiones. Que eran para pagar una obra, que venía de vender un coche... Algunos allegados empiezan ahora a «atar cabos» sobre «algunas personas raras que le llamaban mucho y nunca hablaban claro». Entre los 31 detenidos en la operación Juanes figuran algunos de esos amigos «raros».
Un transportista de Valladolid, apodado el Charcas, que hacía mudanzas a los jugadores de Valladolid, y que fue detenido con 100.000 euros en una bolsa de papel. Un joyero de Majadahonda, que era el enlace entre los narcotraficantes y las personas encargadas de reciclar los billetes. Él entregaba los billetes arrugados a Caminero y recibía los morados de 500 euros. O también un conocido de Leganés, su localidad natal. Todos amigos suyos. Todos detenidos.
REFUGIO EN EURODISNEY
Caminero sería uno más de la docena de colaboradores del joyero, entre los que había empleados de banca, de comercios y un abogado. La trama había conseguido limpiar hasta 60 millones de euros procedentes de la coca.
Aunque lo negó en su declaración, las primeras pesquisas indican que Caminero sabía que los euros que pasaban por su mano venían manchados de droga -los policías han decomisado media tonelada en la operación, proveniente de narcos mexicanos y distribuida por un grupo colombiano-. Eso le expone a una pena de prisión de entre dos años y nueve meses y seis años.
En las últimas semanas, la veleta daba vueltas cada vez más deprisa. Y Caminero pidió incluso volver al cargo de director deportivo del Real Valladolid que abandonase hace un año. Nadie le tomó en serio.
Todo aficionado recuerda su regate en el Camp Nou a Nadal, al que sacó de cámara con un suspiro de cintura. Una escena inmortalizada en Carne Trémula, de Pedro Almodóvar. Sabedor de que ahora es la vida la que le ha hecho un túnel, Caminero, en libertad con cargos, huyó a París esta semana con sus tres hijos y Verónica, su esposa, con la que lleva desde los 15 años.
Apagó el teléfono y se refugió en el parque EuroDisney. La tierra de Peter Pan. Quizás para acordarse de aquel chaval que quería volar y «salvar a los niños del Capitán Garfio de hoy, que es la droga».
http://www.elmundo.es/suplementos/cronica/2009/716/1246744803.html