El callado homenaje de Calero
Cada vez que el central blanquivioleta anota un gol besa un tatuaje que posee en el brazo en recuerdo de su primo Víctor, fallecido hace cuatro años
La de Fernando Calero es una historia feliz y dichosa. Al menos hasta la fecha y pese a que toda rosa tiene sus espinas. Una historia que comprarían para sí muchos de los pequeños futbolistas que sueñan alrededor de los campos anexos con llegar un día a jugar 'de blanquivioleta' en Primera división. Y, sin duda, sus familias. Porque la foto del Real Valladolid actual -al igual que hace unos años en el Barcelona podría ser la del triunvirato Messi, Suárez y Neymar-, está hoy sustentada por Toni Villa, Anuar y Calero, aunque quizá con mayor protagonismo de este último. No en vano, él es el único canterano con denominación de origen ya que los dos anteriores llegaron a Valladolid desde Murcia y Ceuta, respectivamente. De este Valladolid hecho en casa.
Fernando Calero (14 de septiembre de 1995) es vallisoletano. Más bien de Boecillo, localidad situada a catorce kilómetros de la capital y en la que se sostiene, con rigor, que fue la puerta de entrada del fútbol reglamentado desde Gran Bretaña a través de los seminaristas ingleses y escoceses allá por los finales de 1800, cuando estos acudían a sus colegios de verano a rezar pero también a disfrutar de los placeres de la vida.
Como miles y miles de niños con cinco años comenzó a jugar al fútbol. Su madre Mari Carmen Villa se acuerda hasta del día en el que le compraron sus primeras botas. El coche mal aparcado y Fernando que salía con su padre de la tienda más contento que un ocho. Sin tener equipo, ya que era todavía prebenjamín, empezó en el CD Boecillo. Solo se entrenaba y jugaba algún amistoso, aunque nunca se perdía una sesión. Nevase o lloviese. Tras un año en los benjamines del CD Boecillo, su padre Piti Calero, decide ir con él a hacer las pruebas en el verano siguiente al Real Valladolid. Domingo Marín, junto a otros como Poveda factótum del club boecillano, le dijo al progenitor: «No te lo lleves ya que es muy pequeño». Otros, incluso decían que «para qué, si no iba a jugar, porque siempre lo hacían los mismos». Se equivocaron.
Comenzó de medio centro aunque con el paso de los años fue retrasando su posición a la de central izquierdo o derecho, porque es diestro de pierna aunque use las dos magníficamente. Como todo no puede ser ideal y sin esfuerzo no hay recompensa, fueron años de muchos sacrificios. Del jugador y de su familia. Su madre fue la encargada de llevarle primero dos días, luego tres y hasta cuatro a los entrenamientos semanales. Se incorporó también su hermana María, nacida el mismo día que él pero cuatro años después. En el bar de los anexos junto a su madre, la pequeña de la casa empezó primero a pintar y colorear y terminó con el paso de las temporadas haciendo los deberes y recitando la lección a la espera de que saliera su hermano de entrenarse para regresar a Boecillo. Así un año y otro año.
Volvamos a su padre. Piti Calero, en edad juvenil, llegó a hacer una pretemporada con el Real Valladolid Promesas aunque fue uno de los últimos descartes. Javier Yepes estaba por entonces allí, aunque no se acordará. Luego jugó en el Vadillos, Betis y en el Boecillo, en un equipo que peleó el ascenso a Preferente al mítico Asklepios. Piti era un 'media punta' con buen salto y remate de cabeza. Ahora, sin duda es, además del que más se emociona y llora con los éxitos de su hijo, su principal crítico. Ellos dos hablan mucho de fútbol, partidos y actuaciones. Una cosa le inculcó Piti a Fernando desde pequeño: sacar jugado el balón desde atrás. «Ya tendrás tiempo para pegar un 'patadón' arriba cuando seas más mayor», le decía. Una máxima que no cumple su descendiente ya que, con una tranquilidad asombrosa, incluso ahora en Primera casi siempre intenta salir jugando el balón. Y es entonces Piti, como un manojo de nervios, cuando reniega de los consejos que le dio cuando era más niño.
El factor suerte
Fue Napoleón el que dijo que quería a sus generales con suerte. Esta es vital en algún momento de la vida. Cuando transitaba de segundo año de cadete en el Real Valladolid fue llamado para un partido de la selección de Castilla y León a disputar en Santa Marta, Salamanca. Allá que fue su madre, llevando en el coche a Fernando y también a Anuar. Las cosas le salieron bien y esto propició una convocatoria para un entrenamiento con la selección española en Las Rozas. También a que se acercara a su primer representante Joseba Díaz, que también lo era de Cesc Fábregas. Fue, sin embargo, la única citación con España. Fernando se compró un traje para acudir a la convocatoria por indicación del club blanquivioleta, y sin embargo, no llevó, porque no tenía, unas botas de tacos de aluminio. La intensa nevada que cayó en Madrid esos días hizo que no le salieran nada bien las cosas y se pasó por los suelos casi todo el tiempo.
Ya en juveniles y con Calero estudiando en el colegio San Agustín, lo que son las cosas, el Valladolid dejó pasar el plazo para ejercer el derecho de retención del jugador. Caso similar al de Iván Alejo. El representante de Fernando solicitó unas pretensiones lógicas y ante la callada por respuesta del club blanquivioleta y al quedar libre, escuchó otras ofertas. Una de ellas vino de Málaga y sonaba bien. Residencia y beca para seguir estudiando en un club costasoleño que con la llegada del jeque era un escaparate nacional. Con 16 años, el 16 de septiembre se fue a Málaga para completar allí cinco campañas. Dos en el juvenil División de Honor y tres en el Malagueño, filial del primer equipo y donde fue entrenado por Salva Ballesta en Tercera división. Hizo incluso dos pretemporadas con la primera plantilla y bastantes migas con Pablo Fornals o Samu Castillejo del que decían que eran hermano dado su parecido físico, pero la plaza de central en el primer equipo estaba muy cara para un jugador tan joven.
Quemando etapas
Hubo momentos duros. Lejos de casa, separado de los suyos, una pubalgia que duró más de cuenta, sin embargo, todo eso curtió a Fernando. Si fue él de forma consensuada con la familia el que quiso marcharse a Málaga, también decidió que su periplo en Tercera había acabado y que había que dar otro paso quizá en un Segunda B. De vuelta hacia Valladolid es Braulio quien le llama para ofrecerle jugar en el filial blanquivioleta. Un gran año para él ya que al siguiente es el propio Miguel Ángel Gómez el que ya le considera, a los efectos, jugador de la primera plantilla y le ofrece número en la camiseta. Luego llegó un gran año, el ascenso, Primera…
Su carrera ha sido como diría un inglés 'step by step', un paso a paso despacio escalonado, transitando por todas las categorías aunque con una meta clara. Calero es reservado, tranquilo. Dicen sus cercanos que no le gusta hablar en exceso y menos si no le salen bien las cosas. Mentalmente fuerte y forjado ya, pese a su corta edad. Su ídolo es desde siempre Zidane. Humilde y muy tímido, sobre todo, no se muestra muy cómodo cuando le paran ahora por la calle para hacer una foto o le conocen en el cine. Aunque sabe que tiene que hacerlo. En las declaraciones sorprende su aplomo. Su madre Mari Carmen le dice que es políticamente correcto. En el último encuentro ante el FC Barcelona pidió ya dentro del vestuario la camiseta a Gerard Piqué que amablemente se la dio. Calero en ese momento le dijo: «¿Quieres tú la mía?», como indicando que a lo mejor no le hacía mucha ilusión. «Por supuesto que la quiero», le contestó el central del Barça.
«Nunca dejes de perseguir tus sueños»
Con gusto por los tatuajes, cada uno tiene su propio relato y significado. Fue en Tudela donde se hizo los primeros. Su fecha de nacimiento y la de su hermana, en la muñeca; en el costado la leyenda que ha perseguido su carrera junto a un balón: «Nunca dejes de perseguir tus sueños»; en los brazos una referencia a sus padres, también. Y una mucho más sentida. Hace cuatro años su primo carnal Víctor Calero, con el que compartía juegos e infancia, falleció de forma repentina. Una cruz que le recuerda es la imagen que ocupa su otra muñeca y es la que besa cada vez que anota un gol antes de mirar al cielo. Un pequeño y sincero homenaje que destapamos con permiso del protagonista. Para él, para Víctor van todos los goles y también el esfuerzo de haber llegado hasta aquí y cumplir así ese sueño. Víctor, que era un aspirante a periodista deportivo y especialista en fútbol, probablemente habría contado mejor esta bonita historia.
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