Bueno, tras el agradable paréntesis, vuelvo al tema del hilo. Trataba de escribir un microrrelato sin pretensiones, pero me salieron 50 palabras de más y lo hice a la inversa, añadiendo con ganas. Al final lo que ha quedado es un micro-tocho.
I
ATRACO A LAS CINCO Y PICO
A base de aplicar mi táctica del desgaste, le saqué un fin de semana de permiso al Psiquiatra-Jefe del Bonito Money, bajo el pretexto de proseguir con mi tesis doctoral acerca de El Piñón de Pedrajas y las Psico-Realidades Paralelas del Periodista Rosa. El Tenazas obtuvo una licencia penitenciaria tras su colosal triunfo en el concurso anual de pelar manillas y el Úlcera tenía a su señora en Zamora, en un congreso de verduleras mayoristas. El Gerundio –apodado así en el barrio porque siempre está estorbando-, como de costumbre, no tenía nada que hacer, y le dejamos que viniera porque nos daba pena, a condición de que pasara desapercibido. Un partido taquillero y todos nosotros disponibles. Vamos, que ni pintado.
Llegamos a la nave de piensos porcinos del Polígono de San Cristóbal, donde teníamos camuflado el carro de combate tuneado que nos compramos en Albania. Una vez le pasamos la karcher y lo dejamos libre de impurezas de toda índole, nos pusimos en marcha y paramos a repostar. El Tenazas aprovechó para levantarse del expositor de la gasolinera una cinta de Greatest Hits de la Canción Ligera, original y todo. Anda, que vaya tostón que nos dio y cómo se le pusieron los ojitos cuando sonó en el radiocassette del tanque Bailemos un vals, en la voz de José Vélez. Aguantamos, porque al pobre le recordaba a sus compañeros de celda. Aparcamos en el Carrefour a la primera, con algún que otro problemilla de espacio que resolvimos con nuestra habitual soltura y oficio; esto es, colocando el tanque encima de un Smart, matrícula de La Coruña. Luego hicimos tiempo tarareando al unísono un par de temazos de Perales.
A la cinco y veinte, mandé al Gerundio –que se había presentado motu proprio disfrazado de exhibicionista- a labores de vigilancia, para que estuviera entretenido. Justo cuando acababan de cerrar las taquillas y los aledaños de Zorrilla estaban desiertos, me aproximé con disimulo, no sin antes atizarle por la espalda un mandoble en la nuca a un hincha del Depor que se había quedado rezagado. El ruido que salía del estadio era atronador. Aprovechando la coyuntura, rompí el cristal y metí la pipa por la ventanilla. A los de dentro les grité la célebre frase que acuñé en la Unidad de Megalómanos Atados del Psiquiátrico, y que luego me copiarían Francisco Ríos Pernales, Bonnie and Clyde y El Portugués, entre otros maestros:
- ¡Esto es un atraco, jefe! Si colaboran acabamos en un pispás y cada mochuelo buenas son tortas. En caso contrario igual me pongo nervioso y como no me queda Tranquimazin, a la corta o a la larga cae el burro con la carga y…
Iba a soltar otras paridas persuasivas por el estilo cuando el taquillero –bien por valor innato, bien porque se percató de que olvidé quitarle a la pistola de mi sobrino el puntito rojo del cañón- se lanzó como un poseso a tirarme con saña de la patilla izquierda, mientras repetía:
- ¡Te voy a dar yo, a ti te voy a dar yo atraco, pelele!
Veíame yo perdido y en esto que el Gerundio, en un alarde de lucidez hasta entonces insospechable, sacó una mano del bolsillo de la gabardina y le metió el índice en el ojo al exaltado taquillero, que se retorció de dolor al tiempo que con el ojo sano contemplaba el horrendo espectáculo del gabán entreabierto de mi cómplice.
Una vez vuelto en mí, les ordené echarse a un lado, lo que hicieron con cierto desdén, como si todos los días les atracara una banda seria y organizada como la nuestra. Le hice una perdida al Tenazas, que estaba en trance con una canción muy melosa de Juan Erasmo Mochi, y el tanque arrancó a la tercera. Menudo butrón que preparamos. Los de dentro cambiaron su expresión desdeñosa por una palidez intensa y un tembleque algo excesivo a mi modesto entender. Alarmados por el jaleo, se acercaron unos amables agentes uniformados interesándose por el visible destrozo. Les dijimos que éramos operarios de Embargos El Tanque y debió colar, porque se largaron tan ufanos disertando sobre la persecución de Platini al Atleti.
Recogimos la pasta con celeridad y así, a bulto, se nos antojó algo escasa. Llamé a Suárez por teléfono para que bajara del palco y aflojara un poco más, aunque fuera el rolex, o unos pases para el día del Madrid, que se le habían antojado al Úlcera para la parienta –el pobre había perdido seis piños en el alunizaje y me parecía de recibo complacerle-. Primero me dijo que eso de los atracos lo llevaba Mancebo y que mejor hablara con él. Cuando le dije que si no bajaba echando leches me llevaba a Mendilíbar al Aurrerá de Vitoria, que tengo mano, no me notó el farol, porque no había yo acabado la frase y ya estaba él en la taquilla, ligeramente agobiadillo.
- Venga, apoquine, presi, que tenemos cita en la peluquería y caballo que vuela no necesita espuela, y... total, la pasta y un helicóptero destino Alcorcón –enclave que juzgamos idóneo para pasar desapercibidos-.
Cuando se recuperó del shock inicial empezó a largar: que si estoy pelao, que si el Club está canino, que si los acreedores, que si los derechos televisivos, que si el tope salarial, que si por qué no venís otro día cuando hayamos vendido a Asenjo, que si tal y que si cuál… al tiempo que, sibilinamente, iba haciendo acopio del botín y devolviéndolo a su saca legítima. Yo, que soy un tío duro, me quedaba dormido, pero mis compañeros que, si bien atracadores, tienden al sentimentalismo, lloraban a moquillo flojo.
- Bueno, que os invito a café, vemos juntos el partido y pelillos a la mar –dijo finalmente el presi.
Café que por supuesto, pagó el Úlcera, que será un delincuente común, pero caballeroso un rato. Luego nos apretamos varias rondas de combinados, mientras Suárez, que cada dos por tres tenía que quitarse de encima al Gerundio a base de empujones, siguió rajando amenamente con el rollo de las deudas, los años en Segunda, la tradición de las denuncias veraniegas y la visita al Vecindario. Al final, entre lágrimas, nos tocó escotar para paliar los desperfectos del butrón, las rondas de cubatas de importación y las bolsas de snacks de Matutano que pidió el presi de aperitivo. Setenta y cinco euros por gaznate –el Gerundio no aflojó porque no llevaba viruta en la gabardina- más el tanque, que tenía su chance en la chatarra.
Entre abrazos, incontables muestras de afecto y camaradería mutuos, citas para futuros reencuentros y una llantina desmedida, nos fuimos con la fundada sensación de haber hecho el primo y sin blanca, a sentarnos en un banco de Parquesol a ver brincar a los topillos. Quién nos mandará ir a atracar a nuestro propio equipo.
(Continuará...)
Última edición por Demorado el Jue 15 Abr 2010, 21:33, editado 5 veces