Por Mario Ornat
Sé lo que hicísteis en otoño
Lo que fue concebido como una fiesta puede acabar en drama. Un atropello inesperado, un cadáver en la cuneta, algunos nombres en el sumidero... Escocia perdió con Tonga en Pittodrie (15-21) y a la mañana siguiente, la de domingo (territorio natural de tardíos lamentos sabáticos), su entrenador Andy Robinson redactó una declaración de despedida y se fue para su casa. El epitafio recogió los juegos florales lógicos en estos casos: agradecimiento a los jugadores, a la gente, a la Rugby Union escocesa... y un cuerpo central del argumento que puede dar combustible a una interminable discusión. O no. "Creo que dejo al equipo mejor que cuando llegué", resumió el inglés Robinson. Los números sintetizan y parecen crueles con cualquier atisbo de interpretación favorable: diez derrotas en los últimos trece partidos de Escocia, una eliminación en la primera ronda de la última Copa del Mundo después de irritantes ejercicios de impotencia ofensiva ante Inglaterra y Argentina (aunque merecieran mejor suerte contra los Pumas, si se quiere ver así); triunfos de notoriedad histórica contra Australia en la ventana de junio y en 2010; la Cuchara de Madera en el último Seis Naciones, tres derrotas en noviembre y una caída indetenible hacia el tercer piso de los rankings de la IRB, lo que augura otro Mundial tormentoso en 2015. Y, sobre todas las cosas: la impresión de que cualquier anuncio de progreso devenía tan inconsistente que replicaba la impresión del rugby escocés en las dos últimas décadas, desde la conversión al profesionalismo: es el camino a ninguna parte.
Robinson buscó un juego ofensivo para el que Escocia nunca pareció estar preparado del todo. A tal punto que la sequía de ensayos llegó a ser pertinaz, como solía decirse. La evidencia de la falta de jugadores no impide observar que la salida de Andy Robinson posee una lógica innegable. La apuesta de medirse con dos de los tres grandes podía resultar costosa, y lo ha sido. El remate con Tonga subrayará el final de este periodo y abre una incertidumbre que en realidad no cambia gran cosa el panorama: hace mucho tiempo que Escocia dejó de estar entre los gigantes del mundo. Scott Johnson, asistente en su equipo de trabajo, y el ex de Italia Nick Mallett son los primeros nombres en sonar para el puesto. Pero el asunto escocés no es la única turbulencia en las llamadas home unions. Inglaterra sigue produciendo preguntas sin cuenta y su situación es, proporcionalmente, tan mala o peor que la de Escocia. También Sudáfrica ganó en Twickenham; y, aunque lo hizo con un resultado de morderse las uñas (15-16), los números no maquillan la sonoridad de este dato: la undécima derrota consecutiva de los ingleses ante el equipo Bokke. El partido abona la teoría que anticipaba que Inglaterra no ganaría ni uno solo de estos cuatro choques de noviembre, aparte de aquél con Fiji. En efecto, el equipo de Stuart Lancaster perdió con Australia y los Springboks, y ahora se dirige a la traca final el sábado próximo con los All Blacks, que han teñido de negro también el cono septentrional del planeta. Si Inglaterra había planeado (y resulta plausible, diríamos obligado, pensar que lo hiciera así) asegurar en estos tests de otoño su posición entre los cuatro cabezas de serie para el sorteo de la que será su Copa del Mundo en 2015, el disparo le ha reventado en los ojos: Francia, el único triunfador del Hemisferio Norte en estas semanas (tres de tres, después de resistir también a la trituradora de carne samoana por 22-14) le ha arrebatado ya sin remedio el cuarto puesto, el de los primeros cabezas de serie. De Irlanda, vencedor sobrado contra Argentina esta sábado (44-26), nos ocuparemos de forma algo más extensa. Pero hablábamos de Inglaterra: a las enmiendas teóricas que se acumulan alrededor del equipo de la Rosa se superponen ahora también las pragmáticas; el camino en el Mundial en suelo inglés se le complica mucho al anfitrión.
Ahora, la madre de todos los derrumbes la ha protagonizado, cómo no, País de Gales. El partido con los All Blacks adquirió enseguida el perfil de un déjà vu. Soldados caídos en el ejército rojo al poco de comenzar el encuentro (su primera Paul James, el segunda Bradley Davies, el centro Jamie Roberts, otra vez) y pésimas decisiones de Priestland en el arranque del partido. Como Inglaterra ante Australia, Priestland incurrió también en la trampa emocional, en la gallardía tan norteña, tan británica, de no cobrar los puntos que ofrecen golpes de castigo. Dos veces pudo patear a palos y, entre Warburton y él, dos veces decidieron jugar a la touche. Para sacar nada. O aún peor, porque a Priestland su pie lo dejó en evidencia cuando cocinó más de la cuenta un par de pateos y, en lugar de poner la pelota en la esquina, la mandó más allá del banderín, para regocijo de los All Blacks. Porque los kiwis (un equipo que cobró todas las piezas que Cruden tuvo a su alcance a pelota parada), dedicaron la tarde a encadenar con argollas a los gordos de Gales. Cruden anotó depósitos en su libreta siempre que tuvo ocasión, como un buen rentista; y lo demás derivó en el trabajo de catálogo de los neozelandeses: Conrad Smith tackleando en el medio campo con un criterio preclaro, Dagg en el freno de las mínimas escapadas galesas con un par, entre muchos, de placajes memorables de timing, cobertura táctica y ejecución; y el equipo médico habitual (interminable siempre McCaw, Whitelock, el intenso Romano y la vehemencia defensiva de Messam) en el trabajo guerrillero de tender emboscadas y luego desplegarse en ofensivas voladoras: Woodcock y Romano posaron balones. Y si no, al final de todo estaba un Julian Savea creciente en estos tests de noviembre, al que Steve Hansen le encuentra cada vez más uso por los interiores del campo, y que tuvo algunos avances devastadores con la pelota en las manos. El resumen fue que los All Blacks llegaron a estar 0-33 con mucho tiempo por delante y que Gales sólo se animó a contestar cuando ya no había nadie al otro lado de la línea.
A la frustración le ha seguido, como resultaba previsible, la bronca. Y el director ejecutivo de la Welsh Rugby Union, un señor llamado David Moffett, declaró en el Rugby Paper que permitir a Warren Gatland asumir de forma simultánea la dirección de los British&Irish Lions en la gira de junio por Australia había constituido un error de primer orden. Equivocación que, suponemos, no será de responsabilidad unilateral: a Gatland le interesaba dirigir a los Lions y a Gales, que Gatland cumpliera su contrato hasta 2015. Veremos si todo eso sigue igual después de este mes y, sobre todo, de la gira en junio: "Los dos trabajos a la vez no se pueden hacer. Es patético y un puñetazo en la tripa al rugby galés: si quieres dirigir a los Lions, adelante, ve a dirigirlos... Pero no puedes tener al mismo tiempo la cabeza puesta en el equipo de Gales: es un país demasiado importante para el mundo del rugby y no puede tener a un entrenador a tiempo parcial. Esto, en Nueva Zelanda, no pasaría". Así de duro golpea Moffett. Veremos cómo sube la espuma esta semana en la guarida del Dragón, porque aún queda un partido para cerrar la serie, contra Australia el sábado. Lo que hay en juego no es el orgullo, solamente: si Gales pierde, puede caer al tercer piso de los rankings. Aparte de un deshonor tremendo para el equipo llamado a subvertir el status quo del rugby mundial en estos años, supondrá un problema de enorme magnitud para la próxima Copa del Mundo.
(contiene videos)
http://blogs.as.com/mam_quiero_ser_pilier/2012/11/s%C3%A9-lo-que-hic%C3%ADsteis-en-oto%C3%B1o.html