Ante la visita del Real Valladolid a Bilbao, esto escribía Andoni Ayarza sobre Onésimo en El Correo:
Compañero y amigo
Aunque ya han pasado más de veinte años desde aquella mi primera maleta rumbo al Pisuerga, hay afectos que no se olvidan. Y debo confesar que esbocé una sonrisa cuando Carlos Suárez, presidente del Real Valladolid, anunció su nombre como recambio en el banquillo blanquivioleta. Nada tenía que ver con la dolorosa despedida de un viejo conocido como José Luis Mendilibar. Era simplemente la oportunidad para un compañero y amigo.
Y era, además, el justo premio para un apasionado del fútbol, pucelano de cuna y de alma, que desde muy niño y con la humildad y el sacrificio propios de una familia trabajadora y numerosa -era el menor de siete hermanos- fue tejiendo su entusiasmo por el fútbol entre porterías improvisadas por las callejuelas del humilde barrio que le vio nacer.
Y hablando de él, de mí, del Athletic y de esos enfrentamientos siempre especiales y emotivos para quienes con otra camiseta hemos regresado a nuestra casa, rescato de mi memoria aquel domingo 20 de enero de 1991. Con Clemente y Maturana en los banquillos, saltamos juntos a San Mamés y, tras treinta visitas sin conocer el triunfo (25 en Liga y 5 en Copa), conquistamos la primera victoria vallisoletana en 'La Catedral'. Entre la alegría generalizada, incluida la mía (nunca he entendido esa nueva y extendida práctica de no celebrar lo natural y lo auténtico) el orgulloso y sonriente rostro del 'cabezón', autor de tan recordada e histórica diana, quedó grabado en la retina de quienes le apreciamos.
Como compañeros (tanto en Pucela como en el Rayo Valleca no) nos dimos leña y discutimos de lo lindo en los entrenos -era un protestón aventajado-; pero como amigos, siempre lo zanjamos con una broma, un abrazo y una caña.
Por otro lado, desde que colgó las botas, creo que conserva la sensación personal de que pudo ser un futbolista más relevante de lo que finalmente fue. Aun con todo hablamos de un pelotero con huella. A nadie se le escapa su habilidad en el regate y esa capacidad innata para conducir el balón imantado al pie. No obstante, otra virtud, seguramente menos conocida, le adornaba también como futbolista y como persona: su carácter ganador. Pícaro y astuto tanto dentro como fuera del campo, desde la pachanga más insignificante hasta las habituales e interminables partidas de cartas en los largos viajes (todavía le recuerdo tirando la baraja por la escotilla del autobús) nunca se entregaba sin jugar sus bazas, por escasas que éstas fueran, para salir victorioso.
Vamos, que Onésimo nunca padeció el «pánico a ganar» que, según sus propias palabras, percibió entre los suyos en la última derrota frente al Mallorca. Y seguramente por ahí discurre su mayor esfuerzo en busca de una salvación que yo también les deseo. El tiempo dirá si lo consigue, aunque me temo que las carencias del plantel podrían enterrar el empeño de un buen tipo.
http://www.canalathletic.com/noticias/2010-03-06/companero-amigo-20100306.html