Hoy he escuchado, en boca de alguien, entre el aluvión de mensajes, opiniones, homenajes en radio y prensa, y no recuerdo quien ha sido, que más que merecer un Nobel, el Nobel se merece a Delibes.
Por otro lado, El Norte de Castilla, que ha estado soberbio, algo inusual, con la edición especial de ayer de la tarde y el cuadernillo extra de hoy, publica el siguiente artículo, futbolero, curioso y anecdótico sobre Delibes y su pasión futbolera:
Fútbol en la pradera
Miguel Delibes espolvoreó su producción literaria con textos sobre el fútbol, su mayor pasión deportiva por encima del ciclismo o el tenis. De esas pinceladas balompédicas quizá ninguna resulte tan deliciosa como 'Una larga carrera de futbolista', incluida en el libro 'Mi vida al aire libre' (1989).
«Yo creo que mi primera afición deportiva asumida como pasión, como auténtica pasión desordenada, fue el fútbol», escribe el maestro. El Delibes niño era «hincha antes que aficionado». «Anteponía al espectáculo el triunfo de mi equipo, el Real Valladolid Deportivo. Y hasta tal punto vivía sus peripecias de corazón que, de muy niño, hacía solemnes promesas al Todopoderoso si el Real Valladolid salía victorioso de Las Gaunas o el Infierniño. En cambio, cuando jugaba en casa, me parecía que bastaban mi aplauso y mis voces de aliento para triunfar y no iba con embajadas al Todopoderoso».
Miguel Delibes y sus hermanos José Ramón y Federico exhibían durante la infancia sus facultades mnemotécnicas: conocían a todos los jugadores de Primera, Segunda y Tercera, los campos, los resultados de otras temporadas...
Fruto de la observación, Miguel Delibes estableció con 12 años una teoría. «El equipo que después de perder en casa visita a otro que viene de ganar fuera, si no se alza con el triunfo sumará al menos uno de los dos puntos en litigio». La 'ley Delibes' gozó de cierto éxito: «En el colegio me dio nombradía y, diez años más tarde, el cronista deportivo de EL NORTE DE CASTILLA, al hacer los pronósticos del sábado, mencionaba la ley Delibes como un físico mencionaría a Newton al hablar de la gravitación universal».
Delibes y sus hermanos renunciaron a las propinas dominicales para acudir cada quince días al estadio de la Plaza de Toros y al nuevo (viejo) José Zorrilla. El escritor fue testigo allí del ascenso a Segunda, a Primera y a la llamada de siete jugadores blanquivioleta para la selección nacional.
Tanta pasión le llevó a jugar al fútbol durante... ¡34 años! «Digamos desde los once hasta los cuarenta y cinco», especifica. Delibes recuerda el último partido disputado en Valladolid, en un once improvisado por los periodistas para «desafiar al Circo Feijoo, de los hermanos Tonetti».
Movido por la presencia de su novia, salió al campo «muy decidido». «Pero en mi primera arrancada, después de driblar al mayor de los Tonetti, me entró un chino malabarista, no recuerdo muy bien dónde me puso la rodilla, me propinó un leve empellón y yo salí por los aires dando volteretas, como proyectado por una ballesta. Quedé malparado, maltrecho, abrumado por un sentimiento de vergüenza que aún hoy, al cabo de cuarenta años, se reaviva cada vez que lo recuerdo». Los últimos partidos de su carrera futbolística, de los 35 a los 45 años, los jugó como portero en el Sedano FC, su pueblo de adopción.
Otros textos de Delibes mantienen todo su vigor casi 50 años más tarde. En 'La Liga que agoniza' (1962) escribe: «Los efectos del profesionalismo desmesurado empezamos a acusarlos ahora en toda su virulencia. En cada país el campeonato de Liga se dirime prácticamente entre cuatro clubs; los demás bastante tienen con eludir el descenso».
Miguel Delibes analiza el caso del Real Valladolid en los primeros sesenta. «Los últimos años en Primera División, la gente remoloneaba y apenas si colmaba las gradas para presenciar los encuentros en los que participara uno de los cuatro grandes. Ha bastado que el equipo descienda de categoría para que las altas de socios de multipliquen y el público se haga más nutrido, apasionado y tumultuoso. [...] Los espectadores de un Valladolid de Segunda División ven la posibilidad de que su equipo sea el primero. Prefieren verle de cabeza de ratón que de cola de león».
Frescura, euritmia, belleza
En 'El otro fútbol', publicado en 1982, Delibes aborda por vez primera los asuntos del balón. La finalización del Mundial en España le lleva a escrutar los males que aquejan al juego. El escritor observa cómo cada cita futbolística pierde calidad con respecto a la anterior. «Hoy, antes que jugar más, se procura que el contrincante juegue menos. Interesa, más que jugar, no dejar jugar, destruir que crear».
En esta obra hay incluso recomendaciones tácticas. «La agilidad, el gambeteo ratonil, por ejemplo, tan celebrado en nuestros extremos de otros tiempos, ya no tiene razón de ser. Hoy, cuando los defensas actúan escalonadamente, es muy difícil -salvo los extremos- salir de dos regates pero, si se sale, ineluctablemente se perderá la pelota en el tercero. En nuestros días, la agilidad está siendo sustituida por la fuerza».
Hay más: «En el fútbol moderno deben correr los dos, la pelota y el futbolista. Y ¡ay de quien lo entienda de otra manera! El centro del campo, lugar donde se cuecen los éxitos y los fracasos, no será nunca nuestro si el rival de turno nos gana en fuerza y en velocidad, que es tanto como decir en entereza y sentido de anticipación. [...] No se trata tanto de esperar a que el compañero se desmarque -esto es ya, también, un concepto anticuado- como de desmarcar la pelota, de remitirla al espacio vacío donde el compañero, a base de velocidad -siempre la velocidad y la fuerza-, puede anteponerse a su contrario. Éste es el secreto a voces del otro fútbol». Delibes critica los «cerrojos que están dando al traste con la frescura, la euritmia y la belleza de este multitudinario deporte».
Entre las críticas a la selección española tras el Mundial de 1982 destaca ésta: Delibes censura el aislamiento excesivo y la preparación meticulosa mientras otras selecciones (Irlanda, Nueva Zelanda) «hicieron compatibles alegremente la disciplina y el turismo». «Todo lo demás es olvidarse de que el jugador de fútbol tiene veinte años. Y si un muchacho a los veinte años no puede estar un rato con su mujer o tomarse una copa con los amigos dos días antes de un partido decisivo, lo mejor es que se dedique a otra cosa».
En los artículos de 'Vivir al día', Delibes carga contra los divos del fútbol, «el primer síntoma de decadencia», y elogia a los «destajistas» (1956). Critica al Real Madrid tras la consecución de su tercera Copa de Europa por no apostar por la cantera y sí por «figuras de relieve mundial a costa de un buen puñado de millones».
El fanatismo creciente y las vallas en los campos condujeron a Delibes hacia el fútbol televisado. «El par de veces que me he acercado después a un estadio no me enterado de nada: en la pradera hay demasiada gente, se mueven todos a la vez, los goles me pillan de sorpresa y cuando espero la repetición y ésta no llega, me pongo de mal humor».
http://www.nortecastilla.es/20100313/local/valladolid/futbol-pradera-201003130254.html
Por otro lado, El Norte de Castilla, que ha estado soberbio, algo inusual, con la edición especial de ayer de la tarde y el cuadernillo extra de hoy, publica el siguiente artículo, futbolero, curioso y anecdótico sobre Delibes y su pasión futbolera:
Fútbol en la pradera
Miguel Delibes espolvoreó su producción literaria con textos sobre el fútbol, su mayor pasión deportiva por encima del ciclismo o el tenis. De esas pinceladas balompédicas quizá ninguna resulte tan deliciosa como 'Una larga carrera de futbolista', incluida en el libro 'Mi vida al aire libre' (1989).
«Yo creo que mi primera afición deportiva asumida como pasión, como auténtica pasión desordenada, fue el fútbol», escribe el maestro. El Delibes niño era «hincha antes que aficionado». «Anteponía al espectáculo el triunfo de mi equipo, el Real Valladolid Deportivo. Y hasta tal punto vivía sus peripecias de corazón que, de muy niño, hacía solemnes promesas al Todopoderoso si el Real Valladolid salía victorioso de Las Gaunas o el Infierniño. En cambio, cuando jugaba en casa, me parecía que bastaban mi aplauso y mis voces de aliento para triunfar y no iba con embajadas al Todopoderoso».
Miguel Delibes y sus hermanos José Ramón y Federico exhibían durante la infancia sus facultades mnemotécnicas: conocían a todos los jugadores de Primera, Segunda y Tercera, los campos, los resultados de otras temporadas...
Fruto de la observación, Miguel Delibes estableció con 12 años una teoría. «El equipo que después de perder en casa visita a otro que viene de ganar fuera, si no se alza con el triunfo sumará al menos uno de los dos puntos en litigio». La 'ley Delibes' gozó de cierto éxito: «En el colegio me dio nombradía y, diez años más tarde, el cronista deportivo de EL NORTE DE CASTILLA, al hacer los pronósticos del sábado, mencionaba la ley Delibes como un físico mencionaría a Newton al hablar de la gravitación universal».
Delibes y sus hermanos renunciaron a las propinas dominicales para acudir cada quince días al estadio de la Plaza de Toros y al nuevo (viejo) José Zorrilla. El escritor fue testigo allí del ascenso a Segunda, a Primera y a la llamada de siete jugadores blanquivioleta para la selección nacional.
Tanta pasión le llevó a jugar al fútbol durante... ¡34 años! «Digamos desde los once hasta los cuarenta y cinco», especifica. Delibes recuerda el último partido disputado en Valladolid, en un once improvisado por los periodistas para «desafiar al Circo Feijoo, de los hermanos Tonetti».
Movido por la presencia de su novia, salió al campo «muy decidido». «Pero en mi primera arrancada, después de driblar al mayor de los Tonetti, me entró un chino malabarista, no recuerdo muy bien dónde me puso la rodilla, me propinó un leve empellón y yo salí por los aires dando volteretas, como proyectado por una ballesta. Quedé malparado, maltrecho, abrumado por un sentimiento de vergüenza que aún hoy, al cabo de cuarenta años, se reaviva cada vez que lo recuerdo». Los últimos partidos de su carrera futbolística, de los 35 a los 45 años, los jugó como portero en el Sedano FC, su pueblo de adopción.
Otros textos de Delibes mantienen todo su vigor casi 50 años más tarde. En 'La Liga que agoniza' (1962) escribe: «Los efectos del profesionalismo desmesurado empezamos a acusarlos ahora en toda su virulencia. En cada país el campeonato de Liga se dirime prácticamente entre cuatro clubs; los demás bastante tienen con eludir el descenso».
Miguel Delibes analiza el caso del Real Valladolid en los primeros sesenta. «Los últimos años en Primera División, la gente remoloneaba y apenas si colmaba las gradas para presenciar los encuentros en los que participara uno de los cuatro grandes. Ha bastado que el equipo descienda de categoría para que las altas de socios de multipliquen y el público se haga más nutrido, apasionado y tumultuoso. [...] Los espectadores de un Valladolid de Segunda División ven la posibilidad de que su equipo sea el primero. Prefieren verle de cabeza de ratón que de cola de león».
Frescura, euritmia, belleza
En 'El otro fútbol', publicado en 1982, Delibes aborda por vez primera los asuntos del balón. La finalización del Mundial en España le lleva a escrutar los males que aquejan al juego. El escritor observa cómo cada cita futbolística pierde calidad con respecto a la anterior. «Hoy, antes que jugar más, se procura que el contrincante juegue menos. Interesa, más que jugar, no dejar jugar, destruir que crear».
En esta obra hay incluso recomendaciones tácticas. «La agilidad, el gambeteo ratonil, por ejemplo, tan celebrado en nuestros extremos de otros tiempos, ya no tiene razón de ser. Hoy, cuando los defensas actúan escalonadamente, es muy difícil -salvo los extremos- salir de dos regates pero, si se sale, ineluctablemente se perderá la pelota en el tercero. En nuestros días, la agilidad está siendo sustituida por la fuerza».
Hay más: «En el fútbol moderno deben correr los dos, la pelota y el futbolista. Y ¡ay de quien lo entienda de otra manera! El centro del campo, lugar donde se cuecen los éxitos y los fracasos, no será nunca nuestro si el rival de turno nos gana en fuerza y en velocidad, que es tanto como decir en entereza y sentido de anticipación. [...] No se trata tanto de esperar a que el compañero se desmarque -esto es ya, también, un concepto anticuado- como de desmarcar la pelota, de remitirla al espacio vacío donde el compañero, a base de velocidad -siempre la velocidad y la fuerza-, puede anteponerse a su contrario. Éste es el secreto a voces del otro fútbol». Delibes critica los «cerrojos que están dando al traste con la frescura, la euritmia y la belleza de este multitudinario deporte».
Entre las críticas a la selección española tras el Mundial de 1982 destaca ésta: Delibes censura el aislamiento excesivo y la preparación meticulosa mientras otras selecciones (Irlanda, Nueva Zelanda) «hicieron compatibles alegremente la disciplina y el turismo». «Todo lo demás es olvidarse de que el jugador de fútbol tiene veinte años. Y si un muchacho a los veinte años no puede estar un rato con su mujer o tomarse una copa con los amigos dos días antes de un partido decisivo, lo mejor es que se dedique a otra cosa».
En los artículos de 'Vivir al día', Delibes carga contra los divos del fútbol, «el primer síntoma de decadencia», y elogia a los «destajistas» (1956). Critica al Real Madrid tras la consecución de su tercera Copa de Europa por no apostar por la cantera y sí por «figuras de relieve mundial a costa de un buen puñado de millones».
El fanatismo creciente y las vallas en los campos condujeron a Delibes hacia el fútbol televisado. «El par de veces que me he acercado después a un estadio no me enterado de nada: en la pradera hay demasiada gente, se mueven todos a la vez, los goles me pillan de sorpresa y cuando espero la repetición y ésta no llega, me pongo de mal humor».
http://www.nortecastilla.es/20100313/local/valladolid/futbol-pradera-201003130254.html